jueves, 10 de enero de 2013

Francesco Petrarca

Francesco Petrarca (Arezzo, actual Italia, 1304-Arqua, id., 1374) Poeta y humanista italiano. Durante su niñez y su primera adolescencia residió en distintas ciudades italianas y francesas, debido a las persecuciones políticas de que fue objeto su padre, adherido al partido negro güelfo. Cursó estudios de leyes en Carpentras, Montpellier, Bolonia y Aviñón, si bien nunca consiguió graduarse. Petrarca Según relata en su autobiografía y en el Cancionero, el 6 de abril de 1327 vio en la iglesia de Santa Clara de Aviñón a Laura, de quien se enamoró profundamente. Se han hecho numerosos intentos por establecer la identidad de Laura, e incluso sus contemporáneos llegaron a poner en duda su existencia, considerándola una creación para el juego literario. Petrarca defendió siempre, sin embargo, su existencia real, aunque sin revelar su identidad, lo que ha inducido a pensar que quizá se tratara de una mujer casada. Sí está comprobado, en cambio, que mantuvo relaciones con otras mujeres y que dos de ellas, cuyos nombres se desconocen, le dieron dos hijos: Giovanni y Francesca. La lectura de las Confesiones de san Agustín en 1333 lo sumió en la primera de las crisis religiosas que le habrían de acompañar toda la vida, y que a menudo se reflejan en su obra, al enfrentarse su apego por lo terreno a sus aspiraciones espirituales. Durante su estancia en Aviñón coincidió con Giacomo Colonna, amistad que le permitió entrar al servicio del cardenal Giovanni Colonna. Para este último realizó varios viajes por países europeos, que aprovechó para rescatar antiguos códices latinos de varias bibliotecas, como el Pro archia de Cicerón, obra de la que se tenían referencias pero que se consideraba perdida. Con el fin de poder dedicarse en mayor medida a la literatura, intentó reducir sus misiones diplomáticas, y para ello consiguió una canonjía en Parma (1348) que le permitió disfrutar de beneficios eclesiásticos. Posteriormente se trasladó a Milán, donde estuvo al servicio de los Visconti (1353-1361), a Venecia (1362-1368) y a Padua, donde los Carrara le regalaron una villa en la cercana población de Arqua, en la cual transcurrieron sus últimos años. Su producción puede dividirse en dos grupos: obras en latín y obras en lengua vulgar. Las primeras fueron las que le reportaron mayor éxito en vida, y en ellas cifraba Petrarca sus aspiraciones a la fama. Cabe destacar en este apartado el poema en hexámetros África, que dejó inacabado y en el que rescata el estilo de Tito Livio, las doce églogas que componen el Bucolicum carmen y la serie de biografías de personajes clásicos titulada De viris illustribus. Reflejo de sus inquietudes espirituales son los diálogos ficticios con san Agustín recogidos en el Secretum. Petrarca logró en vida una importante fama como autor latino y humanista, tal como prueba su coronación en Roma como poeta, en 1341. Sin embargo, sus poemas en lengua vulgar recogidos en el Cancionero fueron los que le dieron fama inmortal. Aunque él los llamaba nugae (pasatiempos), lo cierto es que nunca dejó de retocarlos, y preocuparse por su articulación en una obra conjunta, lo cual denota una voluntad de estilo que por otra parte resulta evidente en cada una de las composiciones, de técnica perfecta y que contribuyeron grandemente a revalorizar la lengua vulgar como lengua poética. En la primera parte del Cancionero, las poesías reflejan la sensualidad y el tormento apasionado del poeta, mientras que tras la muerte de Laura, acontecida según declara el poeta en 1348, su amor resulta sublimado en una adoración espiritual. Petrarca supo escapar a la retórica cortés del amor, transmitiendo un aliento más sincero a sus versos, sobre todo gracias a sus imágenes, de gran fuerza y originalidad. Su influencia se tradujo en la vasta corriente del petrarquismo.

Lorenzo de Medici

Lorenzo de Medici (01/01/1449 - 09/04/1492) Lorenzo de Medici Banquero y político italiano, mecenas durante el renacimiento Nació el 1 de enero de 1449 en Florencia, su padre fue Pedro de Medici al que sucedió en la dirección del banco de los Medici. Cosechó más éxito como político que como financiero, el patrimonio de su familia sufrió los gastos de su gobierno. Su mujer pertenecía a la noble familia Orsini, aunque continuó gobernando sin alterar las viejas instituciones republicanas. Su eficaz gobierno de la ciudad, se vio ensombrecido por su autorización del brutal saqueo (1472) de la ciudad rebelde de Volterra. En el año 1478, algunos miembros de la familia Pazzi trataron de asesinarle, los Medici castigaron a varios partidarios del papa Sixto IV implicados en la conspiración. Respaldado por Nápoles, el papa declaró la guerra a Florencia. Lorenzo puso fin a la guerra, gracias a su diplomacia. Efectuó cambios constitucionales que incrementaron su poder. Lorenzo de Medici falleció en Careggi el 9 de abril de 1492. Algunos de los que disfrutaron de su mecenazgo fueron los artistas Sandro Botticelli y Miguel Angel Buonarroti.

Cristóbal Colón

Cristóbal Colón Descubridor de América (Génova?, 1451 - Valladolid, 1506). El origen de este navegante, probablemente italiano, está envuelto en el misterio por obra de él mismo y de su primer biógrafo, su hijo Hernando. Parece ser que Cristóbal Colón empezó como artesano y comerciante modesto y que tomó contacto con el mar a través de la navegación de cabotaje con fines mercantiles. En 1476 naufragó la flota genovesa en la que viajaba, al ser atacada por corsarios franceses cerca del cabo de San Vicente (Portugal); desde entonces Colón se estableció en Lisboa como agente comercial de la casa Centurione, para la que realizó viajes a Madeira, Guinea, Inglaterra e incluso Islandia (1477). Luego se dedicó a hacer mapas y a adquirir una formación autodidacta: aprendió las lenguas clásicas que le permitieron leer los tratados geográficos antiguos (tomando conocimiento de la idea de la esfericidad de la Tierra, defendida por Aristóteles); y empezó a tomar contacto con los grandes geógrafos de la época (como el florentino Toscanelli). Cristóbal Colón De unos y otros le vino a Cristóbal Colón la idea de que la Tierra era esférica y de que la costa oriental de Asia podía alcanzarse fácilmente navegando hacia el oeste (ya que una serie de cálculos erróneos le habían hecho subestimar el perímetro del Globo y suponer, por tanto, que Japón se encontraba a 2.400 millas marinas de Canarias, aproximadamente la situación de las Antillas). Marineros portugueses versados en la navegación atlántica le informaron seguramente de la existencia de islas que permitían hacer escala en la navegación transoceánica; e incluso es posible que, como aseguran teorías menos contrastadas, tuviera noticia de la existencia de tierras por explorar al otro lado del Océano, procedentes de marinos portugueses o nórdicos (o de los papeles de su propio suegro, colonizador de Madeira). Con todo ello, Colón concibió su proyecto de abrir una ruta naval hacia Asia por el oeste, basado en la acertada hipótesis de que la Tierra era redonda y en el doble error de suponerla más pequeña de lo que es e ignorar la existencia del continente americano, que se interponía en la ruta proyectada. El interés económico del proyecto era indudable en aquella época, ya que el comercio europeo con Extremo Oriente era extremadamente lucrativo, basado en la importación de especias y productos de lujo; dicho comercio se realizaba por tierra a través de Oriente Medio, controlado por los árabes; los portugueses llevaban años intentando abrir una ruta marítima a la India bordeando la costa africana (empresa que culminaría Vasco da Gama en 1498). Colón ofreció su proyecto al rey Juan II de Portugal, quien lo sometió al examen de un comité de expertos. Aunque terminó acepando la propuesta, el monarca portugués puso como condición que no se zarpase desde las Canarias, pues en caso de que el viaje tuviera éxito, la Corona de Castilla podría reclamar las tierras conquistadas en virtud del Tratado de Alcaçobas. Colón encontró demasiado arriesgado partir de Madeira (sólo confiaba en los cálculos que había trazado desde las Canarias) y probó suerte en España con el duque de Medina Sidonia y con los Reyes Católicos, que rechazaron su propuesta por considerarla inviable y por las desmedidas pretensiones de Colón. Finalmente, la reina Isabel aprobó el proyecto de Colón por mediación del tesorero del rey, Luis de Santángel, a raíz de la toma de Granada, que ponía fin a la reconquista cristiana de la Península frente al Islam (1492). La reina otorgó las Capitulaciones de Santa Fe, por las que concedía a Colón una serie de privilegios como contrapartida a su arriesgada empresa; y financió una flotilla de tres carabelas -la Pinta, la Niña y la Santa María-, con las que Colón partió de Palos el 3 de agosto de 1492. Navegó hasta Canarias y luego hacia el oeste, alcanzando la isla de Guanahaní (San Salvador, en las Bahamas) el 12 de octubre; en aquel viaje descubrió también Cuba y La Española (Santo Domingo) e incluso construyó allí un primer establecimiento español con los restos del naufragio de la Santa María (el fuerte Navidad). Persuadido de que había alcanzado las costas asiáticas, regresó a España con las dos naves restantes en 1493. Colón realizó tres viajes más para continuar la exploración de aquellas tierras: en el segundo (1493-96) tocó Cuba, Jamaica y Puerto Rico y fundó la ciudad de La Isabela; pero hubo de regresar a España para hacer frente a las acusaciones surgidas del descontento por su forma de gobernar La Española. En el tercer viaje (1498-1500) descubrió Trinidad y tocó tierra firme en la desembocadura del Orinoco; pero la sublevación de los colonos de La Española forzó su destitución como gobernador y su envío prisionero a España. Tras ser juzgado y rehabilitado, se le renovaron todos los privilegios -excepto el poder virreinal- y emprendió un cuarto viaje (1502) con prohibición de acercarse a La Española; recorrió la costa centroamericana de Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá. Regresó a España aquel mismo año y pasó el resto de su vida intentando conseguir mercedes reales para sí mismo y para sus descendientes, pues el rey Fernando intentaba recortar los privilegios concedidos ante las proporciones que iba tomando el descubrimiento y la inconveniencia de dejar a un advenedizo como único señor de las Indias. Colón había descubierto América fortuitamente como consecuencia de su intuición y fuerza de voluntad. Aunque fracasó en su idea original de abrir una nueva ruta comercial entre Europa y Asia, abrió algo más importante: un «Nuevo Mundo» que, en los años siguientes, sería explorado por navegantes, misioneros y soldados de España y Portugal, incorporando un vasto imperio a la civilización occidental y modificando profundamente las condiciones políticas y económicas del Viejo Continente. Aunque los vikingos habían llegado a América del Norte unos quinientos años antes (expedición de Leif Ericson), no habían dejado establecimientos permanentes ni habían hecho circular la noticia del descubrimiento, quedando éste, por tanto, sin consecuencias hasta tiempos de Colón.

Carlos V

Cuenta el místico español San Juan de la Cruz, en una carta conservada en el Archivo de Simancas, que Juana la Loca, hija de Isabel la Católica y madre del futuro Carlos V, decía cosas tales como que "un gato de algalia había comido a su madre e iba a comerla a ella", extrañas fantasías de una mujer misteriosa. Sobre la regia locura de Juana se han esgrimido las más caprichosas hipótesis, desde la que afirma que no padecía enajenación ninguna, sino un intolerable protestantismo cruelmente castigado con el apartamiento, hasta la versión más común que pretende, según la tesis de Marcelino Menéndez y Pelayo, que "la locura de Doña Juana fue locura de amor, fueron celos de su marido, bien fundados y anteriores al luteranismo". Tampoco los historiadores han dejado de tachar a su hijo Carlos I de España y V de Alemania, a quien las circunstancias convirtieron en el más acendrado valedor del catolicismo de su época, de haber incurrido en la heterodoxia, y ello amparándose en el proceso que el papa Paulo VI mandó formar al emperador como cismático y factor de herejes. Carlos V (retrato de Jan Cornelisz Vermeyen, c. 1530) Pero aquello fue un episodio motivado por aviesos intereses políticos, cuyas razones se compadecen mal con la rectitud de los sentimientos religiosos del emperador, quien en su retiro en Yuste confesaba a los frailes: "Mucho erré en no matar a Lutero, y si bien lo dejé por no quebrantar el salvoconducto y palabra que le tenía dada, pensando de remediar por otra vía aquella herejía, erré, porque yo no era obligado a guardarle la palabra, por ser la culpa de hereje contra otro mayor Señor, que era Dios, y así yo no le había ni debía guardar palabra, sino vengar la injuria hecha a Dios." Marcelino Menéndez y Pelayo apostilla que "al hombre que así pensaba podrán calificarle de fanático, pero nunca de hereje". El 24 de febrero de 1500, fecha en que los estados flamencos celebraban su día en Prinsenhof, cerca de Gante, el archiduque Felipe el Hermoso y la archiduquesa Juana, más tarde llamada la Loca, rendían pleitesía al nuevo rey de Francia, Luis XII, a pesar del enfado del emperador Maximiliano y de los Reyes Católicos. En medio de la ceremonia, Juana corrió al evacuador (un excusado especial) y se encerró en él sin que Felipe se inmutara. Al cabo de una espera excesiva las damas de honor, alarmadas, hicieron derribar la puerta, y Juana mostró la razón de su encierro. Sola y sin ayuda había dado a luz a su segundo hijo. Lo bautizaron con el nombre de Carlos en honor a Carlos el Temerario, bisabuelo del niño. La familia del emperador Maximiliano; en el centro, su nieto Carlos V (retrato de Bernhard Strigel) Como hijo de Felipe el Hermoso y Juana la Loca, llegó a manos de Carlos V una vasta y heterogénea herencia, en la que mucho tuvieron que ver la combinación de matrimonios dinásticos y una serie de muertes prematuras de los herederos directos de distintos tronos. Por parte de su abuelo paterno, el emperador Maximiliano de Habsburgo, recibió los estados hereditarios de la casa de Austria, en el sudeste de Alemania; por parte de su abuela paterna, María, obtuvo el ducado borgoñón, que sin embargo estaba en poder de Francia, y además los Países Bajos, el Franco-Condado, Artois y los condados de Nevers y Rethel. De su abuelo materno, Fernando el Católico, recibió el reino de Aragón, Nápoles, Sicilia, Cerdeña y sus posesiones de ultramar; y de su abuela materna, Isabel la Católica, Castilla y las conquistas castellanas en el norte de África y en Indias. Una herencia fabulosa y conflictiva El verdadero problema residiría en la falta de cohesión de todos estos dominios, por lo que Carlos se propuso durante todo su reinado superar el concepto feudal del imperio y darle una nueva dinámica a través de un ideal común que justificase la reunión de territorios tan dispares bajo una sola corona. La figura del imperio surgió ante él como la entidad política idónea para aglutinar los distintos dominios y fundarlos sobre una universalidad religiosa. El ideal común era el cristianismo y, conforme al mismo, Carlos se erigió en el «guardián de la cristiandad», en momentos en que la unidad de convicciones que habían mantenido cerrado el mundo medieval estaban a punto de romperse. Según Menéndez Pidal, Carlos V asumió el papel de coordinador y guía de los príncipes cristianos contra los infieles «para lograr la universalidad de la cultura europea», de modo que la idea de cristianismo pasó a ser una realidad política. Sin embargo, ésta no fue tarea fácil en un siglo como el XVI, en el que los sentimientos nacionales se oponían al universalismo y los príncipes cristianos buscaban consolidar, cuando no ensanchar, su espacio vital en el viejo continente. Carlos se formó intelectualmente con Adriano de Utrecht, que sería promovido al pontificado con el nombre de Adriano VI, y con Guillaume de Croy, señor de Chièvres, personaje sobre el que recaen las acusaciones de avaricia y fanfarronería. Pasó su infancia en los Países Bajos, y en sus estudios siempre mostró gran afición por las lenguas, las matemáticas, la geografía y, sobre todo, la historia. Paralelamente, sus educadores no olvidaron que un hombre llamado a tan altos designios debía poseer un organismo robusto, de modo que estimularon los ejercicios físicos del joven Carlos, quien sobresalía en la equitación y en la caza, al tiempo que se mostraba singularmente diestro en el manejo de la ballesta. La firmeza de su carácter, rasgo del que dio sobradas muestras en el curso de su vida, parece ponerse en entredicho en sus primeros años, pues, llamado a gobernar Flandes en 1513, fue en realidad su ayo, el señor de Chièvres, quien llevó las riendas del Estado. Pero este hecho se comprende fácilmente cuando se cae en la cuenta de que Carlos tenía por entonces sólo trece años. Juana la Loca con sus hijos Fernando y Carlos En 1516, con la muerte de su abuelo Fernando el Católico, se convirtió en Carlos I de España, pese a la oposición de los partidarios de su hermano, el príncipe Fernando, educado en España. Si bien Castilla dio su consentimiento al nombramiento de Carlos como rey de España, Aragón puso como condición que el nuevo rey jurara su Constitución en Zaragoza, lo que significaba que el monarca debía trasladarse de Flandes a España. Su viaje se retrasó de forma injustificada durante varios meses, y en este interregno había ejercido la más alta magistratura en España el cardenal Jiménez de Cisneros. Este último emprendió viaje, para recibirle, a las playas de Asturias, pero cayó enfermo y hubo de refugiarse en el monasterio de San Francisco de Aguilera, donde recibió la noticia de la llegada del rey con un séquito extranjero. El 18 de septiembre de 1517, después de una dificultosa travesía, Carlos V desembarcaba en el puerto asturiano de Villaviciosa. Lo acompañaban su hermana Leonor, el señor de Chièvres, el canciller de Borgoña y numerosos nobles flamencos. Unos días antes, el 31 de octubre, un monje alemán llamado Lutero había pronunciado las noventa propuestas contra el comercio de las indulgencias, que darían pie al movimiento de Reforma contra la Iglesia católica romana. Cisneros mandó con urgencia una recomendación al monarca rogándole que despidiese a su séquito, temeroso, y con razón, de que ello no haría sino irritar a los cortesanos españoles. Desatendiendo tan prudentes consejos, Carlos mantuvo a su lado a sus amigos y se dirigió a Tordesillas, donde estaba recluida su madre. Obtuvo de ella que abdicara en su favor, formalidad sin la cual le hubiese sido imposible gobernar. Antes de llegar a Valladolid, Carlos recibió la noticia de la muerte de Cisneros. El cardenal había muerto sin lograr entrevistarse con el mozo flamenco y atribulado por un inminente porvenir que él, mejor que nadie, preveía conflictivo. Rey de España De todos los países que heredó, España fue el más difícil de consolidar bajo su dominio. Carlos se propuso reinar con el exclusivo apoyo de sus compatriotas, repartiendo entre ellos prebendas y altos cargos, lo cual indignó sobremanera a la nobleza local. El partido formado alrededor de su hermano Fernando, su condición de extranjero y el desconocimiento de la lengua castellana pesaron en su contra. Los tropiezos comenzaron inmediatamente después de que la ciudad de Valladolid recibiese con grandes agasajos, fiestas, justas y torneos al monarca extranjero. En febrero de 1518, durante la primera reunión de las cortes castellanas, se exigió al rey el respeto de las leyes de Castilla y que aprendiera el castellano. Carlos no dudó en aceptar estas exigencias, pero a cambio pidió y obtuvo un sustancioso crédito de 600.000 ducados. Las cortes de Aragón se demoraron hasta enero del año siguiente para reconocerlo como rey, y lo hicieron junto a su madre. También le concedieron un crédito de 200.000 ducados. En las cortes de Cataluña las negociaciones fueron más arduas. El rey se encontraba aún en Barcelona cuando recibió la noticia de que el 28 de junio había sido elegido emperador con el nombre de Carlos V. El título imperial le era imprescindible para llevar a cabo el gobierno de las numerosas posesiones bajo el signo de la unidad. La corona de su abuelo paterno, el emperador Maximiliano, no era hereditaria sino electiva, y la Dieta reunida en Francfort, tras la renuncia de Federico el Prudente, hizo recaer la designación en su persona. Para conseguirla, Carlos había invertido un millón de florines, la mitad del cual fue financiado por los banqueros Fugger, quienes vieron en él la clave del desarrollo económico de Europa. Un joven Carlos V (retrato de Bernard van Orley) Carlos regresó a Castilla a fin de preparar la coronación imperial y solicitar un nuevo crédito. La existencia de una fuerte oposición a concedérselo, que encabezaba Toledo, lo llevó a convocar las cortes en Santiago y a continuarlas en La Coruña. La multiplicación de oportunidades facilitada por los consiguientes aplazamientos de las sesiones y el curso itinerante de las mismas allanó las reticencias al crear el clima adecuado que permitió que los representantes de las ciudades fueran presionados y sobornados para la causa del rey. Después de violentas discusiones, los procuradores traicionaron el mandato de sus ciudades y otorgaron el nuevo empréstito. Tras esta votación, la mayoría no regresó a sus ciudades, y quienes lo hicieron fueron ejecutados. Carlos salió de España dejando tras de sí al reino castellano sumido en la «guerra de las Comunidades». Nunca recogió el dinero del préstamo. El desprecio que los asesores flamencos del rey mostraban por los españoles, el favoritismo en el nombramiento de extranjeros para desempeñar cargos públicos de importancia, las grandes cantidades de dinero sacadas del reino y la designación de Adriano de Utrecht como regente durante la ausencia del rey fueron algunas de las causas de la revuelta de los comuneros. Ésta fue en un principio una verdadera rebelión contra la aristocracia terrateniente y el despotismo real. Fue ante todo una defensa de la dignidad y los intereses castellanos nacida en el municipio como un movimiento burgués. Sin embargo, antes de la derrota de los últimos rebeldes en Villalar, el 23 de abril de 1521, el levantamiento había degenerado en una revuelta incoherente, identificada más con las tradiciones feudales que con las reivindicaciones económicas y políticas de la burguesía. También el reino de Valencia se sublevó por entonces. El movimiento fue animado por las germanías (asociaciones de artesanos) de Valencia y Mallorca, que lanzaron contra la aristocracia a las milicias reclutadas para hacer frente a los piratas del Mediterráneo. Carlos no pudo menos que respaldar a la aristocracia en su acción represiva. Las germanías fueron derrotadas en 1523 y sus seguidores duramente castigados. Emperador del Sacro Imperio Mientras tanto, antes de que el rey se dirigiera a Alemania con objeto de ser coronado, visitó a sus tíos Enrique VIII y Catalina de Aragón para conseguir el apoyo de Inglaterra frente a Francisco I de Francia. En esos momentos, la flota española comandada por Hugo de Moncada aplastaba a los turcos, que eran así expulsados del Mediterráneo. Esta acción fue de vital importancia para los planes del monarca, ya que aseguraba las vías comerciales de los Fugger y saldaba la deuda contraída con los banqueros para sobornar a los electores que lo nombraron emperador. El 23 de octubre de 1520, Carlos V fue coronado emperador en la ciudad de Aquisgrán. En una ceremonia de gran pompa, le fue colocada la casulla de Carlomagno y recibió su legendaria espada Joyeuse, la corona, el cetro y el globo. A sus veinte años era el jefe de la cristiandad. El emperador Carlos V (detalle de un retrato de Jakob Seisenegger) Entretanto, el reciente invento de la imprenta servía tanto para difundir las antiguas como las nuevas ideas, y la doctrina protestante había alcanzado una gran popularidad en Alemania. Las tesis luteranas se habían transformado no sólo en una crítica religiosa, sino en el germen de un movimiento político con fines de emancipación territorial y de secularización de los bienes eclesiásticos. Carlos, educado entre humanistas, coincidía con los luteranos en criticar las estructuras de la Iglesia. Consideraba que era ésta, y no la fe, la que debía ser objeto de una profunda reforma; había que acabar con la corrupción de los obispos, las ansias de riqueza, la intromisión en los asuntos públicos y el escandaloso comercio de las indulgencias. El mismo papa había llegado a autorizar a las mujeres la firma de contratos de indulgencias que luego debían pagar sus maridos. Carlos V consideró oportuno situarse por encima de estas disputas, y durante años trató de conciliar las posiciones más radicales. Seguía en ello las enseñanzas de Erasmo de Rotterdam, que postulaba la sencillez del cristianismo primitivo, el rechazo de los formalismos y boato rituales y de las supersticiones, y una piedad religiosa «en espíritu». Pero en 1521, tras la dieta de Worms, el emperador comprobó que el acercamiento de las posiciones de Martín Lutero y la Iglesia de Roma era imposible, y las diferencias, irreductibles. Sus acciones se encaminaron entonces a dirimir cuanto antes estas disputas, a resolver los asuntos internos de sus reinos, a acabar con el bandolerismo y a fortalecer su gobierno para unir a la cristiandad y dirigirla contra el Islam. Éste fue el momento que Francisco I de Francia, decidido a terminar con el predominio de los Habsburgo, aprovechó para iniciar una guerra que consideraba inevitable. La acción de Francisco I, aliado con el papa Clemente VII, obligó a Carlos V a responder enérgicamente. Su ejército derrotó a las tropas francesas e hizo prisionero al rey francés en Pavía, el 10 de marzo de 1525. Dos años más tarde, Carlos atacó al papa y su ejército entró en Roma. Las tropas españolas y alemanas saquearon la ciudad durante una semana. Poco después, la deserción de Andrea Doria de Francia dotó a Carlos de una potente flota y forzó al papa a recibirlo en Roma. La Paz de Cambrai, firmada el 3 de agosto de 1529, obligó a Francisco I a reconocer la soberanía del emperador sobre Milán, Génova y Nápoles. Carlos V (detalle de un retrato de Rubens) Resueltos momentáneamente los enfrentamientos militares, Carlos V creyó que era la ocasión de solucionar pacíficamente las diferencias doctrinales. A tal fin convocó la dieta de Augsburgo, aun con la oposición papal, en 1530. El intento fue vano, ya que ni luteranos ni católicos romanos quisieron ceder en sus posiciones. La influencia conciliadora de Erasmo había perdido fuerza. Se inició entonces una larga guerra civil que enfrentó al ejército imperial con los príncipes luteranos, aliados de Francisco I, quien a su vez había pactado con los turcos. La paz no se firmaría hasta 1555 en Augsburgo. Conforme a la misma, Carlos V reconoció a los protestantes la libertad de culto y la propiedad de los bienes expropiados a la Iglesia antes de 1552. La organización del imperio Carlos V regresó a España en 1522, una vez sofocada la rebelión comunera, y permaneció en el país durante los siete años siguientes. Durante esa etapa realizó un gran esfuerzo para comprender el carácter español y acercarse a las preocupaciones de sus súbditos. Aprendió a hablar el castellano e hizo de él el idioma de la corte. Los pasos políticos que dio en este periodo tendían a congraciarse con los españoles, a pesar de que ya no existía un peligro real para la corona. Su boda en 1526 con su prima Isabel, hija del rey de Portugal Manuel I, fue bien recibida. Igualmente lo fue, al año siguiente, el nacimiento del primogénito, el futuro Felipe II. Los españoles empezaron a reconocer en Carlos a un rey con autoridad moral, que aceptaba paulatinamente y de buen grado la españolización de su administración imperial. Isabel de Portugal Carlos gobernó sus dominios como el más alto exponente de una organización dinástica, y en cada estado designó un regente o un virrey, a veces miembro de la familia de los Habsburgo o elegido de la nobleza española. En cada país de la monarquía, como llamaban sus contemporáneos al imperio de Carlos V, había un virrey, como en Aragón, Cataluña, Valencia, Sicilia, Cerdeña, Nápoles y Navarra. En los Países Bajos tenia un gobernador general, que fue su tía Margarita de Austria (hasta su muerte en 1530) y posteriormente, hasta 1558, su hermana María de Hungría. Los dominios alemanes habían quedado en manos de su hermano Fernando. Su pensamiento se asentaba en la idea de que la unión familiar constituía el mejor soporte para su vasto imperio. También las Indias, Perú y Nueva España estaban gobernados por virreyes. Tanto en España como en sus otros reinos, el gobierno de Carlos V constituyó una monarquía personal ejercida a través de instituciones centralizadas, pero no unificadas. De este modo el monarca, antes que rey de España, lo era de Castilla, Aragón, etc., y su poder estaba condicionado por las leyes locales. Carlos se valió del Consejo Real, heredado de sus abuelos, los Reyes Católicos, y lo reorganizó en consejos especiales, según las distintas tareas administrativas. Había dos tipos de consejos, el de Estado y los que integraban el cuerpo administrativo propiamente dicho. La modernización de los órganos de gobierno requirió, conforme a los criterios del emperador, la progresiva exclusión de los consejos de los miembros de la nobleza y del clero, incluyendo en su lugar a consejeros procedentes de la clase media y juristas. Como dato revelador, en las cortes de Toledo de 1538 fueron expulsados nobles y eclesiásticos con el pretexto de su oposición a la sisa, impuesto directo sobre el consumo de carne, harina y otros alimentos. En la práctica, Carlos V tenía contacto con los consejos a través de sus secretarios, motivo por el cual la figura de éstos cobró gran importancia durante su reinado. Como los otros órganos de gobierno, las secretarías se asentaban sobre criterios nacionales y no imperiales. Entre la masa de secretarios de Carlos, destacaron Francisco de los Cobos y Nicholas de Perrenot, señor de Granvelle. Carlos tuvo siempre plena conciencia del poder y las banderías de los secretarios. Así, cuando en 1543 dejó a su hijo Felipe como regente de España, le remitió las famosas Instrucciones Secretas de Carlos V a Felipe II, verdadero compendio de consejos para gobernar un imperio, en las que le indicaba cómo valerse de las rivalidades de los consejeros y de sus ambiciones personales. Asimismo, en ellas recomendaba a su hijo que no otorgara cargo importante alguno a ningún grande de España; sólo debía utilizarlos para asuntos militares. Gran parte del esfuerzo desarrollado por el complejo cuerpo burocrático de Carlos V estaba destinado a resolver los problemas financieros derivados de las guerras en los distintos frentes. Castilla llevó el mayor peso de los gastos del imperio, aunque los dominios que más le importaban no eran los europeos sino los de América. De allí procedían los cargamentos de oro y plata, al tiempo que se ensanchaba una vía de comercio de importancia vital para el desarrollo del reino. Las finanzas marcaron desde el principio el imperio de Carlos V. Fueron los Fugger, los banqueros alemanes, quienes propiciaron la elección de Carlos y quienes en varias ocasiones procuraron empréstitos para financiar las continuas guerras imperiales. Pero no fue hasta 1540 cuando empezaron las verdaderas dificultades financieras de la corona. La situación llegó a extremos tan graves que los ingresos ordinarios por impuestos estaban gastados de antemano cuando se cobraban, y hasta los ingresos de Indias estaban comprometidos. Las campañas de Argel y las guerras contra Francia y contra los príncipes luteranos esquilmaron las arcas reales. En 1541, fracasada por segunda vez la cruzada africana contra el turco, la crisis económica se agudizó. Un sueño derrotado El principal objetivo de la política francesa fue resistir al poder de los Habsburgo, aliándose tanto con los alemanes como con los turcos. Carlos V tuvo en el Imperio otomano un enemigo poderoso por tierra y mar. Si bien en 1529 Carlos contribuyó a detener a las huestes de Solimán, el emperador turco, en las mismas puertas de Viena, el ejército cristiano debió ceder en Argel. El poderío marítimo de los turcos se hizo sentir en el Mediterráneo: la toma de Bizerta y Túnez en 1534 requirió del emperador un esfuerzo personal para su conquista, que se produjo al año siguiente. Carlos V anuncia al papa la conquista de Túnez La expedición contra Túnez, que reunió cuatrocientas veinte embarcaciones y cerca de treinta mil soldados, salió del puerto de Barcelona el 30 de mayo de 1535, y el terrible choque con las también abultadas fuerzas de su adversario se produjo el mes de junio. En los combates dio prueba Carlos de gran ardor y temeridad, acudiendo siempre a los enclaves de mayor peligro y lidiando, lanza en ristre, contra los jinetes enemigos. Por fin, tras el asalto general a la fortaleza de la Goleta (14 de junio de 1535), se internó hasta la ciudad de Túnez, donde puso en fuga al pirata Barbarroja, brazo de Solimán. Antes de entrar en la ciudadela algunos comisionados se llegaron hasta el emperador para entregarle las llaves y pedir su protección, pero Carlos no pudo sujetar la violencia de sus encrespadas tropas, los cuales se entregaron a toda suerte de atropellos y desafueros. No obstante, Barbarroja continuaría asolando desde Argel las costas baleares y levantinas. En 1538 Andrea Doria, al mando de la flota cristiana (mucho más potente que la turca), resultó derrotado en la costa de Epiro. Fue el principio del descalabro cristiano que culminó en 1554 con la pérdida de Bugía, en la costa argelina. Derrotado en este frente, Carlos V también se vio forzado, al año siguiente, a firmar la Paz de Augsburgo con los príncipes luteranos y a ceder en gran parte de sus pretensiones. Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, el emperador había dirigido su testamento político a su hijo Felipe ya en enero de 1548, y dos años más tarde comenzó a escribir sus memorias. A lo largo de su vida, el emperador había dado sobradas muestras de heroísmo en múltiples batallas, como por ejemplo cuando sus tropas desembarcaron en Argel el 13 de octubre de 1541 y al día siguiente una espantosa tempestad dispersó los barcos de su escuadra, destruyó las tiendas de campaña y causó la muerte de numerosos soldados. En aquella ocasión, Carlos vendió sus magníficos caballos para socorrer en algo a sus hombres, y en la retirada combatió a pie. Como sus soldados temían que los abandonase, el emperador embarcó en la última galera de forma que todos pudieran verlo. Pero en 1555 su ánimo estaba definitivamente abatido y padecía terribles dolores a causa de la gota. Sostener su colosal imperio había agotado sus fuerzas. La abdicación de Carlos V El 25 de octubre de 1555, en un emotivo discurso ante la asamblea de los Estados Generales reunida en Bruselas, Carlos abdicó en favor de Felipe, que reinaría como Felipe II, la soberanía de los Países Bajos. Tres meses más tarde le cedió las coronas de Castilla y León, Aragón y Cataluña, Navarra y las Indias. Lo mismo hizo con el reino de Nápoles, el de Cerdeña, la corona de Sicilia y el ducado de Milán. En el mes de septiembre de 1556 cedió el imperio a su hermano Fernando I y, dejando a Felipe en Bruselas, se embarcó hacia España. Había comprendido que el título imperial carecía de valor sin el sustento de las armas y por ello no había dudado en repartir sus dominios entre las que consideró las cabezas más importantes de su dinastía: su hermano Fernando y su hijo Felipe. Obsesionado por la muerte, el temor a Dios y la angustia religiosa, vivió los dos últimos años de su vida en el retiro monástico. El lugar de reposo elegido fue el austero monasterio de Yuste, en la provincia española de Cáceres, situado en un abierto valle y rodeado de hermosos robledales y grandes castaños. Ingresó allí el 3 de febrero de 1557, pero siguió manteniendo una intensa comunicación con Felipe II, que a menudo requería sus consejos, y no dejó nunca de interesarse por los asuntos públicos. Carlos V en Yuste (1837), de E. Delacroix Llevó a aquel apartado lugar sus preciosos muebles, su vajilla de plata, su magnífico vestuario y cincuenta servidores; una vez instalado, ocupaba sus horas en largas charlas sobre religión con el jesuita Francisco de Borja, que antes había sido el gran duque de Gandía, y pudo de nuevo consagrarse a sus aficiones, las matemáticas y la mecánica, e incluso llegó a construir algunos relojes. De hecho, sus embajadores en el extranjero, conocedores de su debilidad por ellos, le enviaban los más preciosos y artísticos relojes procedentes de diversos países europeos, piezas únicas en su género con las que entretenía su tiempo. Coleccionó además pintura de los grandes artistas de la época, como Tiziano, y de los primitivos italianos y flamencos. Leía libros piadosos y de historia (sobre todo a Julio César, Tácito, Boecio y San Agustín), cantaba con los monjes en el coro y organizaba solemnes funerales por su alma que presenciaba tétricamente en la iglesia del monasterio. Tras recibir la extremaunción, falleció en la madrugada del 21 de septiembre de 1558, dejando tres hijos legítimos de su matrimonio con doña Isabel de Portugal (Felipe II, María, reina de Bohemia, y Juana, princesa de Portugal), además de varios bastardos, entre los cuales el más célebre sería don Juan de Austria, concebido por la rolliza campesina Barbara Blomberg en 1545. Joven de simpatía arrolladora, Juan de Austria habría de comandar, años más tarde, las fuerzas españolas frente a las turcas en la batalla de Lepanto, y llegaría a ser gobernador de los Países Bajos. Su ambición de resucitar el Sacro Imperio Romano, fundado en la unidad religiosa, había fracasado. Había creado, en cambio, el primer imperio colonial moderno, el imperio en que nunca se ponía el sol. Los más bellos retratos del emperador, a quien no desagradaba posar para los pintores, se conservan en el Museo del Prado de Madrid y son obra del gran pintor veneciano Tiziano Vecellio. En el que tuvo ocasión de realizar en 1533 en Bolonia, el modelo viste el suntuoso traje con el que fue coronado por el pontífice Clemente VII y sujeta con la mano izquierda el collar de un lebrel. El más majestuoso lo muestra a caballo según apareció en la batalla de Mühlberg, pomposamente cubierto de armadura, portando una larga lanza y tocado con yelmo empenachado. Aunque éste es quince años posterior, en ambos el genio de Tiziano supo revelar en la mirada de Carlos V el más acusado de los rasgos de su carácter: su inextinguible tristeza, su pertinaz melancolía. cronologia 1500 Nace en Gante (Flandes) el 24 de febrero. 1516 Muere su abuelo Fernando el Católico y es proclamado rey de España con el nombre de Carlos I. 1519 Es elegido emperador del Sacro Imperio con el nombre de Carlos V. 1520 Es coronado emperador en la ciudad de Aquisgrán. 1521 Revuelta de los comuneros, sofocada tras la batalla de Villalar. 1522 Regresa a España, donde permanece durante siete años. 1523 Reprime duramente la revuelta de las germanías de Valencia y Mallorca. 1525 Victoria española en Pavía, donde cae preso Francisco I de Francia. 1526 Contrae matrimonio con Isabel de Portugal. Al año siguiente nace el primogénito, el futuro Felipe II. 1527 Saqueo de Roma. 1529 Firma de la Paz de Cambrai entre Francia y España. 1534 La flota turca toma Bizerta y Túnez. 1535 Dirige personalmente la expedición contra Túnez, que recupera tras tomar la Goleta. 1538 Los turcos derrotan a la flota cristiana en la costa de Epiro. Firma de la Tregua de Niza, entre Francia y España. 1543 Deja a su hijo Felipe como regente de España. 1547 Victoria sobre los príncipes protestantes alemanes en Mühlberg. 1554 Firma del Tratado de Crépy. 1555 Firma de la Paz de Augsburgo, por la que reconoce a los protestantes la libertad de culto y la propiedad de los bienes expropiados a la Iglesia antes de 1552. 1555 Abdica en favor de su hijo Felipe II, que recibe la soberanía de los Países Bajos, Castilla y León, Aragón y Cataluña, Navarra, el reino de Nápoles, el de Cerdeña, la corona de Sicilia, el ducado de Milán y las Indias. 1556 Cede el Sacro Imperio a su hermano Fernando I. 1557 Se retira al Monasterio de Yuste. 1558 Fallece en Yuste el 21 de septiembre. El enlace entre Juana, la hija de los Reyes Católicos, y Felipe el Hermoso, el hijo del emperador Maximiliano de Habsburgo y de María de Borgoña, fue uno más de los que Isabel y Fernando tejieron para su hijo Juan y sus hijas Catalina e Isabel como estrategia para cercar políticamente a Francia en las innumerables guerras de Italia. Pero el azar cambió el destino: la muerte del príncipe Juan hizo recaer la herencia en su hermana Juana, cuya inestabilidad mental la incapacitó para reinar. Cuando su marido, Felipe el Hermoso murió en 1506, al año de gobernar en Castilla, la herencia recayó en el hijo de ambos y nieto de los Reyes Católicos, el flamenco Carlos, que había nacido en Gante en 1500 y estaba destinado a reinar como Carlos I de España y V de Alemania. La herencia de Carlos V La monarquía hispánica atravesó horas bajas durante la regencia de Fernando el Católico en Castilla (1507-1516). Existía la posibilidad del nacimiento de un hijo de Fernando el Católico y su segunda esposa Germana de Foix que hubiese roto la unión dinástica. Finalmente, ésta se mantuvo, pero bajo una situación de crisis: nada seguro se podía hacer hasta la desaparición del anciano Fernando y hasta que su nieto Carlos I, una vez alcanzada la mayoría de edad, llegara a España, en 1517. La crisis de las comunidades y las germanías Carlos I de España apareció ante sus súbditos españoles como un joven imberbe, desconocedor de las lenguas y culturas hispánicas y acompañado de un nutrido cortejo de expoliadores flamencos. Además, pronto quiso regresar a su tierra de origen para ceñirse como Carlos V la corona del Sacro Imperio, tras su elección en Francfort en 1519. Fue ésta la gota que colmó el vaso de una inquieta Castilla, cuyas dificultades económicas, sociales y políticas (enfrentamientos entre comerciantes de lanas y manufactureros textiles, entre clases aristocráticas y campesinos antifeudales, entre el autoritarismo monárquico y las cortes parlamentarias) estallaron en las Comunidades del reino que quisieron evitar la marcha del rey, frenar las imposiciones fiscales y, en caso de producirse aquélla, administrar el país bajo el binomio de un gobernador general castellano junto a un reino en Cortes. Pero ocurrió todo lo contrario, y la respuesta inmediata fue el alzamiento de las Comunidades, con Padilla, Bravo y Maldonado al frente. Durante la revuelta, que duró dos años escasos, los comuneros quisieron controlar el país e incluso intentaron liberar a la reina Juana la Loca, encerrada en Tordesillas. Al final, la batalla de Villalar (1521) dio el triunfo al bando imperial, más burgalés, señorial, autoritario y represor. Carlos V (óleo de Tiziano) Las germanías en Valencia y Mallorca supusieron también una revuelta, si bien fue en este caso mucho más social que política, porque la explosión, incluso en su fase moderada, no se produjo tanto contra el rey, al que incluso se aspiraba a atraer, como contra las clases aristocráticas y el patriciado urbano de las ciudades. La revuelta, transformada en revolución popular, generó una violenta reacción y las germanías valencianas y mallorquinas, entre 1520 y principios de 1523, fueron ahogadas en sangre, siendo ajusticiados todos sus cabecillas radicales: Vicente Peris, valenciano; los hermanos Colom, mallorquines... La reorganización política Entre 1522 y 1529, en el transcurso de la estancia más larga del emperador en la Península, el rey consolidó su gobierno. Y lo hizo no sólo rodeando su administración de buenos colaboradores, al frente de los cuales se situó Francisco de los Cobos, sino reorganizándola mediante consejos (sínodos), es decir, comités reducidos de especialistas en distintas áreas políticas y territoriales de gobierno que le asesoraban. En la cima de esta estructura se situó el Consejo de Estado, fundamentalmente en materia de política exterior y también en otras, aunque nunca se llegó a configurar como la instancia suprema de poder pese a los deseos de su gran canciller Mercurino Gattinara. Después se alinearon el Consejo de Hacienda, el Consejo de la Inquisición y el Consejo de Órdenes Militares, todos ellos de signo general, mientras que territorialmente el Consejo de Castilla, el Consejo de Aragón y el Consejo de Indias se distribuían los asuntos de aquellas tierras, dejando abierta además la puerta para la creación de nuevos organismos. Francisco de los Cobos Entre los Consejos y el rey, un número cada vez mayor de secretarios (miembros de la pequeña nobleza y sobre todo, cada vez en mayor número, plebeyos de formación universitaria) atendía la intensa actividad burocrática que generaba la gestión del imperio: tomaba nota de las reuniones, copiaba cartas y memoriales, expedía la documentación y servía de enlace entre las distintas áreas de gobierno, siempre y cuando existiera entre ellos un buen entendimiento y armonía. La conquista de las Indias: México y Perú En 1522 Hernán Cortés, conquistador del imperio de los aztecas, se dirigía así por carta al rey Carlos V: "Vuestra Alteza se puede intitular de nuevo emperador de ella, y con título y no menos mérito que el de Alemania". Treinta años después de la llegada de Colón al Nuevo Mundo, se habían producido en las Indias grandes cambios: Ojeda, Bastidas y Nicuesa habían realizado una serie de viajes menores por el Caribe y las costas septentrionales de América del Sur; Núñez de Balboa había descubierto el istmo de Panamá y el mar del Sur; la expedición de Juan Díaz de Solís había llegado al estuario del Plata; y Magallanes y Elcano habían completado el primer viaje de circunnavegación alrededor del mundo. Pero los cambios más significativos llegaron con la conquista de México por Hernán Cortés (1519-1522) y de Perú por Francisco Pizarro (1536); uno y otro aprovecharon tanto su osadía e inusitada crueldad como la primitiva división de los pueblos aztecas e incas. Al fin y al cabo, Moctezuma y Cuahtemoc, por un lado, fueron víctimas de sublevaciones constantes de quienes querían acabar con la hegemonía de Tenochtitlán, mientras en Cajamarca y Cusco las luchas fratricidas de Atahualpa y Huáscar facilitaron el camino del dominio del "Virú". Las nuevas conquistas significaban para los conquistadores mucha más riqueza que la conseguida con las tierras de Coaba, La Española o Panamá. Pero con ello se incrementaba en las Indias la explotación colonizadora, que había diezmado años antes las islas del Caribe. A la conquista, que se proseguiría por Chile (con Almagro y Valdivia), Bogotá y los países del Plata, tenía que seguir la consolidación de una administración política dependiente de la realeza, el establecimiento de la estructura social de conquistadores y conquistados y la evangelización y afianzamiento de la religiosidad cristiana. Si bien algo se hizo bajo Carlos V (la acción del padre Bartolomé de Las Casas, la promulgación en 1542 de las Leyes Nuevas de Indias, la creación de las primeras audiencias y virreinatos), la verdadera estabilización de una sociedad indiana no llegaría hasta después de su reinado. Las dificultades económicas Los desequilibrios estructurales de la economía española exigían una acción urgente; o se procedía pronto a un recambio por el que la expansión, aún incierta bajo Carlos V, se convirtiera en un crecimiento estable de todos los sectores productivos, o la crisis, pese a la abundante aportación de riquezas procedentes de la explotación del continente americano, se adueñaría en pocos años de un futuro impredecible. Era difícil poner manos a la obra en estas reformas, y poco pudo hacer Carlos V, entrampado como estaba por el costo de sus guerras. Los préstamos que se veía obligado a pedir para financiarlas tenían intereses que llegaban hasta el 56 % de las sumas, libradas siempre a la llegada anual de la flota indiana y de su aporte de metales preciosos, tan masivo como hipotecado. En todo caso, si alguien se enriquecía no era ciertamente ni la monarquía hispánica ni la mayor parte de sus súbditos, sino los grandes banqueros internacionales (alemanes y genoveses). De este modo, el reinado de Carlos V vio sextuplicar el valor de las deudas contraídas. Carlos V (retrato de Christoph Amberger, 1532) A finales del reinado de Carlos V, la suspensión de pagos del Estado y la primera crisis hacendística de Castilla parecían próximas, y el panorama económico peninsular era poco halagüeño. La vida se encarecía en España más que en Europa; durante la primera mitad del siglo XVI la tasa media anual de inflación acumulativa llegaba al 2,8 por ciento. Si las Indias cubrían de oro y plata a la metrópoli, parecía claro que ese baño de riqueza ahogaba al mundo peninsular. Sin tener todavía la absoluta certeza de las causas del problema, se sospechaba que éste radicaba en la llamada "revolución de precios", es decir, en el incremento incontrolado de su índice. La masiva entrada de metales preciosos agravaba el problema, puesto que, si bien desde América llegaban con facilidad, se gastaban con mayor soltura, lo que provocaba una tensión al alza en la que la fuerte demanda consumista presionaba sobre una oferta incapaz de seguirla. El alza en el nivel de precios no se debía sólo a la llegada de los metales indianos, sino sobre todo a la deficiente infraestructura de la economía peninsular, básicamente castellana: el desequilibrio de la agricultura respecto a la ganadería y el de la manufactura textil. El imperio universal Las guerras, por otra parte, no fueron sólo la causa de los esfuerzos económicos, sino también las consecuencias de la conflictividad política del reinado de Carlos V. Era difícil aceptar bajo su persona un imperio universal con territorios y culturas tan heterogéneos como los Países Bajos borgoñones, los dominios patrimoniales de los Austria y la corona imperial, la monarquía hispánica, las Indias y las tierras continentales e insulares del Mezzogiorno italiano. Por ello, su excesivo poder despertó las susceptibilidades nacionales de los reinos que, como Francia, se encontraban lejos de su órbita. Pero tampoco agradó al papado, temeroso de un posible cesaropapismo justo cuando el luteranismo alemán y otros evangelismos subsiguientes obligaban a la Iglesia de Roma a un continuado esfuerzo político, ecuménico y conciliar. Mientras, en el Mediterráneo oriental y en toda su fachada meridional norteafricana, las conexiones turco-islámicas fueron un nuevo caballo de batalla para el emperador. Demasiados problemas para Carlos V, que en sucesivas etapas vio destruidas sus ambiciones. Así ocurrió ya en los años veinte pese a su triunfo frente a Francisco I en el Milanesado, con el que soldaba los dos grandes bloques de su imperio. Pero la resistencia francesa fue tenaz y la oposición del papa, víctima del saqueo de Roma (1527), insobornable. Entre la coronación de Aquisgrán (1519) y la paz de Cambrai (1529) el imperio universal soñado por Carlos V tuvo que dejar paso a una segunda fase en el Mediterráneo, de 1530 a 1544. Francia, Turquía y los poderes islámicos, en una coalición más laica que cristiana, lograron poner plomo en las alas del águila imperial. El éxito de la conquista de Túnez (1535) fue contrapesado por el desastre de Argel (1541), que fue precedido del fracaso del emperador en la creación de una Liga Santa cristiana y seguido de la pérdida de la Provenza, que recayó en manos francesas. Carlos V en Túnez La paz de Crépy (1544) cerró este ciclo para abrir un tercero: había que volver la mirada a los territorios germánicos, allí donde no sólo el luteranismo sino también el anabaptismo y un calvinismo aún incipiente amenazaban la catolicidad. Era necesario, pues, intentar la reunificación de todas las iglesias cristianas. Sin embargo, las posiciones eran irreconciliables, y se desencadenó una larga guerra civil entre los príncipes alemanes rebeldes, partidarios de la Reforma, y las tropas leales a la doctrina romana, encabezadas por Carlos V. En el plano religioso, la apertura del concilio de Trento en 1545 significó el intento de realizar una reforma disciplinaria en el seno de la Iglesia católica; pero, después de varias etapas, concluyó en 1563 sin haber solucionado el cisma. Tampoco la guerra lo solucionó a pesar de algunas victorias del emperador, que afianzó su posición tras la batalla de Mühlberg (1547). Por otro lado, en el año 1548 se firmó el Ínterim de Augsburgo, principio de acuerdo político en torno al conflicto entre las tesis reformistas y tridentinas, que no se cumplió por no satisfacer ni a unos ni a otros. El fin del reinado Todo fue inútil para el emperador que había abandonado España en 1543, dejando como regente a su joven hijo el príncipe Felipe, a quien orientó política y personalmente en las conocidísimas instrucciones de Palamós. Fechadas el 6 de mayo de 1543, las Instrucciones Secretas de Carlos V a Felipe II son notas confidenciales en las que el emperador informaba por escrito a su hijo de las cualidades y defectos de los principales ministros que dejaba a su lado cuando decidió abdicar. Asimismo le advertía de los peligros e incluso de las maquinaciones en que podría verse envuelto. Después, en 1548, cuando ya Felipe había adquirido prestigio y experiencia, Carlos V intentó un golpe de efecto buscando el mantenimiento íntegro de su herencia en la figura de Felipe. Pero la problemática de los príncipes alemanes, autónomos política y religiosamente, se acrecentaba, la desafección de su hermano Fernando aumentaba, y la enemistad de Francia intentaba sacar partido de ambos flancos para enfrentársele. Ya anciano, Carlos V fue pragmático y, después de casar a su hijo Felipe (viudo de su primer matrimonio) con María Tudor en 1554, buscando la alianza inglesa, decidió abdicar en Bruselas dos años más tarde. El Imperio y los territorios austriacos pasaban a su hermano Fernando I, pero los Países Bajos, España, las Indias y las posesiones italianas quedaban en manos de su hijo, que reinaría como Felipe II. En unos tiempos en que el universalismo cristiano se había fragmentado y el imperio universal se había frustrado, las dos ramas familiares habsburguesas (la hispánica y la alemana) debían permanecer unidas para encararse a la Europa dividida de la segunda mitad del siglo XVII.

SAMUEL MORSE (1791 – 1872)

SAMUEL MORSE (1791 – 1872) Inventor y pintor estadounidense. Inventó el telégrafo y el código que lleva su nombre. El inventor y pintor estadounidense Samuel Finley Breese Morse, nació el 27 de abril de 1791 en Charlestown, Massachussets. Era hijo de un pastor calvinista y destacado geógrafo, que trató siempre que su hijo recibiera una educación esmerada. Inició los estudios en la Academia Phillips, de Adover y los terminó en 1810, en la hoy Universidad de Yale. En la universidad, Morse nunca demostró mucho interés por las clases, excepto por la pintura y la electricidad, lo que causó no pocas veces la desesperación de sus padres y profesores. Morse decidió dedicarse a la pintura, aunque también le interesaba mantenerse al tanto de los últimos descubrimientos y experimentos relacionados con la electricidad. Después de graduarse en Yale trabajó unos meses como oficinista en una editorial de Boston hasta que logró convencer a los padres para que le permitieran ir a Londres a estudiar bellas artes, ciudad donde se convertiría en retratista y escultor de éxito. A su regreso a los Estados Unidos en 1825, se estableció en la ciudad de New York, donde se ganó la vida como retratista, convirtiéndose en uno de los pintores más importantes y respetado del país. Fue, además, fundador y primer presidente de la Academia Nacional de Dibujo y profesor de arte y diseño de la Universidad de la Ciudad de New York. Tiempo después Morse regresó a Europa y poco a poco le fue prestando más atención a la química y la electricidad, especialmente en lo relacionado con los descubrimientos realizados por el francés André-Marie Ampère acerca de la corriente eléctrica y el magnetismo. De regreso a Estados Unidos en 1832, después de escuchar una conversación en el barco en que viajaba acerca del invento del electroimán, concibió la idea de crear un telégrafo eléctrico que sirviera para enviar mensajes a largas distancias a través de un cable. La idea no era nueva, pero hasta ese momento nadie la había materializado. En 1835 tenía construido el primer prototipo de telégrafo y en 1838 había creado el código que permitiría cursar los mensajes, más conocido después como alfabeto o código Morse, compuesto de puntos y rayas. Durante los siguientes cinco años Morse se dedicó a mostrar su telégrafo a hombres de negocio y al Comité del Congreso, con la esperanza de recaudar fondos que le permitieran realizar las pruebas de transmisión de los mensajes a larga distancia entre dos ciudades por medio de un cable. Finalmente, en 1843 el Congreso de los Estados Unidos le asignó 30 mil dólares para construir una línea telegráfica de 60 kilómetros que uniría a las ciudades de Baltimore y Washington. En mayo de 1844 la primera línea telegráfica electromagnética estaba lista para la prueba. El 24 de agosto de 1844 Morse envió desde el Capitolio de Washington a Baltimore el primer mensaje telegráfico del mundo, una cita bíblica que ponía de manifiesto su propio asombro de que Dios lo hubiera escogido a él para dar a conocer de esa forma a la humanidad el uso práctico de la electricidad. El mensaje transmitido era el siguiente: “What Hath God Wrought?” (What had God brought?) o ¿Qué nos ha traído Dios? Después de doce años de lucha para que reconocieran su esfuerzo, Morse se convertía así en un héroe de la nación norteamericana. Llave telegráfica Morse vista desde arriba El segundo cable telegráfico se extendió entre las ciudades de Washington y New Jersey. En un inició las primeras líneas telegráficas enlazaron solamente estaciones ferroviarias, después se utilizaron para uso oficial de los gobiernos y, por último, para el envío de mensajes a particulares. Una vez demostrada en la práctica la posibilidad de enviar mensajes por ese medio a grandes distancias, comenzó de inmediato el rápido enlace entre diferentes ciudades de los Estados Unidos. No obstante el éxito obtenido con su invento, en los primeros tiempos Morse se vio obligado a luchar contra el oscurantismo de la época que achacaba a su invento la culpa de todos los males que acechaban a los ciudadanos. Tuvo incluso que luchar duramente para que se le reconociera el derecho de patente de invención del telégrafo. Debido a que el sistema de transmisión de mensajes por cables estaba siendo desarrollado simultáneamente por científicos de otros países, se vio envuelto en largos litigios ante los tribunales hasta que, en 1854, la Suprema Corte de los Estados Unidos lo reconoció como único inventor del telégrafo. Una parte de la fortuna que le proporcionó el telégrafo, Morse la dedicó a subvencionar obras filantrópicas, aportando fondos a instituciones educativas como Vassar College, la Universidad de Yale, asociaciones misioneras y de caridad, así como a artistas pobres. Samuel Morse murió de pulmonía en la ciudad de New York, el 2 de abril de 1872, poco antes de cumplir 81 años de edad. Ese día los puntos y las rayas enviados a través de los cables de las instalaciones telegráficas transmitieron la noticia que el inventor del telégrafo había fallecido. El sistema de transmisión de mensajes telegráficos por cables de forma inmediata y a largas distancias, ideado por Morse, así como el código que él mismo creó, es el más sencillo y práctico que ha empleado la humanidad durante muchos años. A pesar de la aparición mucho después del télex, el fax y, por último, el correo electrónico, aún hoy se continúa empleando, aunque en menor escala que antes, el código de telegrafía inventado por Samuel Morse.

Alexander Graham Bell

Alexander Graham Bell nació en Edinburgo, Escocia en 1847 y su formación transcurrió dentro del seno de una familia de logopedas. Tanto su abuelo como su padre fueron especialistas en esa materia y con el tiempo él mismo decidió continuar esa tradición familiar para enseñar a hablar correctamente a las personas. Sus estudios los cursó en la Royal High School de su ciudad natal y en la University College de Londres, aunque la mayor parte de su formación la realizó de forma autodidacta. Sus primeras investigaciones acerca del sonido las llevó a cabo en la Weston House Academy, de Elgin donde ocupaba una plaza de residente. En 1868 comenzó a desempeñarse como asistente de su padre en Londres, antes que éste se trasladara a vivir a América. La pérdida de dos de sus hermanos enfermos de tuberculosis, incidió tanto en la salud como en el ánimo de Bell que en 1870 resolvió trasladarse él también a América. Allí se estableció con su familia en Brantford, Canadá y al año siguiente se fue a vivir a Boston, Estados Unidos de América. Al igual que su padre, durante toda su vida Bell se interesó en perfeccionar los sistemas de educación para sordos, por lo que su actividad principal estuvo orientada, desde un principio, a conocer el sistema de aprendizaje destinado a personas con deficiencia auditiva creado por su padre, que había sido publicado en 1866 con el nombre de “Visible Speech” (Habla visible). Esas investigaciones tuvieron tan buena acogida que parte del tiempo lo dedicó a impartir conferencias, hasta que en 1873 recibió el nombramiento de profesor de fisiología vocal de la Universidad de Boston. Paralelamente a su actividad como profesor, Bell dedicó tiempo a diseñar un dispositivo electromagnético que pudiera convertir los impulsos eléctricos en sonidos. En principio su idea era construir un aparato que fuera capaz de imitar la voz humana y reproducir las vocales y consonantes. Para ello contaba con la cooperación de su ayudante, el joven mecánico Thomas Watson y el respaldo económico de los padres de Mabel Hubbard, que posteriormente se convirtió en su esposa. Teléfono desarrollado por Graham Bell Los resultados de sus experimentos concluyeron con la invención del teléfono en 1876. Este dispositivo traspasó rápidamente las fronteras de los Estados Unidos de Norteamérica y un año después se dio a conocer en Europa. En 1878 Bell inauguró la primera central telefónica en New Haven, Connecticut, Estados Unidos y en 1884 se efectuó la primera comunicación de larga distancia dentro de ese país entre las ciudades de Boston, Massachussets y New York. Alexander Graham Bell falleció en Baddeck, Canadá, el 2 de agosto de 1922, dejando 18 patentes de inventos realizados por él. Desde su invención, el teléfono se convirtió en un dispositivo prácticamente indispensable para el desarrollo de la civilización. Aunque Bell tuvo plena conciencia de lo que significaba el teléfono para la humanidad, seguramente nunca imaginó que un siglo después a través de una línea telefónica se pudiera transmitir no sólo sonidos, sino también datos e imágenes. Tampoco pudo imaginar que un día se pudiera llevar un teléfono en el bolsillo, ni que, finalmente, tal como había sido su propósito, personas sordas o mudas pudieran comunicarse entre sí o con otras personas a través de un sistema telefónico y una pantalla diseñada especialmente para ellos. Como ironías de la historia Elisha Gray, otro inventor norteamericano, presentó en la Oficina de Patentes de Estados Unidos, unas horas después que Bell, un teléfono inventado por él, pero ya la patente se le había concedido a este último. Sin embargo en 1849, veintisiete años antes que Bell patentara su teléfono, el italiano Antonio Meucci, trabajador del Teatro Tacón, de La Habana, Cuba, había inventado un aparato telefónico que no pudo patentar antes que el desarrollado por Bell, por no haber podido disponer de los recursos económicos que se requerían para ello. Alexander Graham- Bell inaugurando en octubre de 1892 el- servicio telefónico- entre las ciudades de New York y- Chicago. El 15 de junio de 2002 la Cámara de Representantes de los Estados Unidos de América reconoció a Antonio Meucci como el inventor del teléfono en oposición a Bell ante las irrefutables pruebas presentadas por el congresista italo-norteameriano Vito Fossella. Meucci murió en la miseria en el año 1889 tras un continuo desgaste reclamando el reconocimiento de su invento.

Thomas Alva Edison

Thomas Alva Edison (Milan, 1847 - West Orange, 1931) Inventor norteamericano, el más genial de la era moderna. Su madre logró despertar la inteligencia del joven Edison, que era alérgico a la monotonía de la escuela. El milagro se produjo tras la lectura de un libro que ella le proporcionó titulado Escuela de Filosofía Natural, de Richard Green Parker; tal fue su fascinación que quiso realizar por sí mismo todos los experimentos y comprobar todas las teorías que contenía. Ayudado por su madre, instaló en el sótano de su casa un pequeño laboratorio convencido de que iba a ser inventor. Thomas Edison A los doce años, sin olvidar su pasión por los experimentos, consideró que estaba en su mano ganar dinero contante y sonante materializando alguna de sus buenas ocurrencias. Su primera iniciativa fue vender periódicos y chucherías en el tren que hacía el trayecto de Port Huron a Detroit. Había estallado la Guerra de Secesión y los viajeros estaban ávidos de noticias. Edison convenció a los telegrafistas de la línea férrea para que expusieran en los tablones de anuncios de las estaciones breves titulares sobre el desarrollo de la contienda, sin olvidar añadir al pie que los detalles completos aparecían en los periódicos; esos periódicos los vendía el propio Edison en el tren y no hay que decir que se los quitaban de las manos. Al mismo tiempo, compraba sin cesar revistas científicas, libros y aparatos, y llegó a convertir el vagón de equipajes del convoy en un nuevo laboratorio. Aprendió a telegrafiar y, tras conseguir a bajo precio y de segunda mano una prensa de imprimir, comenzó a publicar un periódico por su cuenta, el Weekly Herald. En los años siguientes, Edison peregrinó por diversas ciudades desempeñando labores de telegrafista en varias compañías y dedicando su tiempo libre a investigar. En Boston construyó un aparato para registrar automáticamente los votos y lo ofreció al Congreso. Los políticos consideraron que el invento era tan perfecto que no cabía otra posibilidad que rechazarlo. Ese mismo día, Edison tomó dos decisiones. En primer lugar, se juró que jamás inventaría nada que no fuera, además de novedoso, práctico y rentable. En segundo lugar, abandonó su carrera de telegrafista. Acto seguido formó una sociedad y se puso a trabajar. Perfeccionó el telégrafo automático, inventó un aparato para transmitir las oscilaciones de los valores bursátiles, colaboró en la construcción de la primera máquina de escribir y dio aplicación práctica al teléfono mediante la adopción del micrófono de carbón. Su nombre empezó a ser conocido, sus inventos ya le reportaban beneficios y Edison pudo comprar maquinaria y contratar obreros. Para él no contaban las horas. Era muy exigente con su personal y le gustaba que trabajase a destajo, con lo que los resultados eran frecuentemente positivos. A los veintinueve años cuando compró un extenso terreno en la aldea de Menlo Park, cerca de Nueva York, e hizo construir allí un nuevo taller y una residencia para su familia. Edison se había casado a finales de 1871 con Mary Stilwell; la nota más destacada de la boda fue el trabajo que le costó al padrino hacer que el novio se pusiera unos guantes blancos para la ceremonia. Ahora debía sostener un hogar y se dedicó, con más ahínco si cabe, a trabajos productivos. Su principal virtud era sin duda su extraordinaria capacidad de trabajo. Cualquier detalle en el curso de sus investigaciones le hacía vislumbrar la posibilidad de un nuevo hallazgo. Recién instalado en Menlo Park, se hallaba sin embargo totalmente concentrado en un nuevo aparato para grabar vibraciones sonoras. La idea ya era antigua e incluso se había logrado registrar sonidos en un cilindro de cera, pero nadie había logrado reproducirlos. Edison trabajó día y noche en el proyecto y al fin, en agosto de 1877, entregó a uno de sus técnicos un extraño boceto, diciéndole que construyese aquel artilugio sin pérdida de tiempo. Al fin, Edison conectó la máquina. Todos pudieron escuchar una canción que había entonado uno de los empleados minutos antes. Edison acababa de culminar uno de sus grandes inventos: el fonógrafo. Pero no todo eran triunfos. Muchas de las investigaciones iniciadas por Edison terminaron en sonoros fracasos. Cuando las pruebas no eran satisfactorias, experimentaba con nuevos materiales, los combinaba de modo diferente y seguía intentándolo. En abril de 1879, Edison abordó las investigaciones sobre la luz eléctrica. La competencia era muy enconada y varios laboratorios habían patentado ya sus lámparas. El problema consistía en encontrar un material capaz de mantener una bombilla encendida largo tiempo. Después de probar diversos elementos con resultados negativos, Edison encontró por fin el filamento de bambú carbonizado. Inmediatamente adquirió grandes cantidades de bambú y, haciendo gala de su pragmatismo, instaló un taller para fabricar él mismo las bombillas. Luego, para demostrar que el alumbrado eléctrico era más económico que el de gas, empezó a vender sus lámparas a cuarenta centavos, aunque a él fabricarlas le costase más de un dólar; su objetivo era hacer que aumentase la demanda para poder producirlas en grandes cantidades y rebajar los costes por unidad. En poco tiempo consiguió que cada bombilla le costase treinta y siete centavos: el negocio empezó a marchar como la seda. Su fama se propagó por el mundo a medida que la luz eléctrica se imponía. Edison, que tras la muerte de su primera esposa había vuelto a casarse, visitó Europa y fue recibido en olor de multitudes. De regreso en los Estados Unidos creó diversas empresas y continuó trabajando con el mismo ardor de siempre. Todos sus inventos eran patentados y explotados de inmediato, y no tardaban en producir beneficios sustanciosos. Entretanto, el trabajo parecía mantenerlo en forma. Su única preocupación en materia de salud consistía en no ganar peso. Era irregular en sus comidas, se acostaba tarde y se levantaba temprano, nunca hizo deporte de ninguna clase y a menudo mascaba tabaco. Pero lo más sorprendente de su carácter era su invulnerabilidad ante el desaliento. Ningún contratiempo era capaz de desanimarlo. En los años veinte, sus conciudadanos le señalaron en las encuestas como el hombre más grande de Estados Unidos. Incluso el Congreso se ocupó de su fama, calculándose que Edison había añadido un promedio de treinta millones de dólares al año a la riqueza nacional por un periodo de medio siglo. Nunca antes se había tasado con tal exactitud algo tan intangible como el genio. Su popularidad llegó a ser inmensa. En 1927 fue nombrado miembro de la National Academy of Sciences y al año siguiente el presidente Coolidge le hizo entrega de una medalla de oro que para él había hecho grabar el Congreso. Tenía ochenta y cuatro años cuando un ataque de uremia abatió sus últimas energías.

Enrique VIII de Inglaterra

Enrique VIII de Inglaterra Rey de Inglaterra, perteneciente a la dinastía Tudor (Greenwich, 1491 - Westminster, 1547). Sucedió a su padre, Enrique VII, en 1509. Este príncipe culto e inteligente empleó su brillantez contra la reforma protestante lanzada por Lutero en 1520, mostrándose enérgico «defensor de la fe» católica (título que le dio el papa León X por el Tratado de los siete sacramentos que escribió en 1521). Pero esta situación cambiaría a raíz del conflicto desatado con la Iglesia por el problema sucesorio: el primer matrimonio del rey con la viuda de su hermano, Catalina de Aragón, no le había dado herederos varones, por lo que Enrique VIII pidió al papa la anulación del matrimonio so pretexto del parentesco previo entre los cónyuges (1527); el papa, prisionero de Carlos V (que era sobrino de Catalina), negó la anulación y Enrique VIII decidió romper con Roma, aconsejado por Thomas Cranmer y Thomas Cromwell. Enrique VIII Para ello Enrique VIII se armó de argumentos recabando de diversas universidades europeas dictámenes favorables a su divorcio (1529); y aprovechó el descontento reinante entre el clero secular inglés por la excesiva fiscalidad papal y por la acumulación de riquezas en manos de las órdenes religiosas para hacerse reconocer jefe de la Iglesia de Inglaterra (1531). En 1533 hizo que Cranmer (a quien había nombrado arzobispo de Canterbury) anulara su primer matrimonio y coronara reina a su amante Ana Bolena, dama de honor de Catalina, con quien se había casado en secreto. El papa Clemente VIII respondió con la excomunión del rey, a la que Enrique VIII opuso el cisma de la Iglesia de Inglaterra, aprobado por el Parlamento (Ley de Supremacía, 1534). La Iglesia de Inglaterra quedó desligada de la obediencia de Roma y convertida en una Iglesia nacional independiente cuya cabeza era el propio rey, lo cual permitió a la Corona expropiar y vender el patrimonio de los monasterios; los católicos ingleses que permanecieron fieles a Roma fueron perseguidos como traidores (y ejecutado su principal exponente, Tomás Moro, en 1535). Sin embargo, Enrique VIII no permitió que se pusieran en entredicho los dogmas fundamentales del catolicismo (dictando los «seis artículos» de 1539); aunque no pudo evitar que, después de su muerte, Cranmer realizara la reforma de la Iglesia anglicana que la situó definitivamente en el campo del cristianismo protestante, con la introducción de elementos luteranos y calvinistas. El segundo matrimonio del rey también acabó de forma desgraciada, pues Enrique VIII se deshizo de Ana Bolena haciéndola ejecutar acusada de adulterio para casarse con una tercera mujer, Juana Seymour (1536). Fallecida ésta de parto al año siguiente, el rey volvió a casarse con Ana de Clèves para fortalecer la alianza de Inglaterra con los protestantes alemanes (1540). La repudió antes de un año para tomar por quinta esposa a Catherine Howard, a la que mandó ejecutar en 1542. Su sexta mujer fue, desde 1543, Catherine Parr, que habría de sobrevivirle. Al morir Enrique VIII le sucedió en el Trono su único hijo varón, Eduardo VI, nacido del matrimonio con Juana Seymour, que contaba sólo nueve años; muerto éste en 1553, se abrió un periodo de reacción católica bajo el reinado de María I, hija mayor de Enrique VIII (nacida de su matrimonio con Catalina de Aragón). Al morir ésta en 1558, ocupó el Trono otra hija de Enrique VIII, Isabel I (nacida del matrimonio con Ana Bolena). El reinado de Enrique VIII se caracterizó por un fortalecimiento de la autoridad real, al someter por entero a la Iglesia; lo que no impidió la consolidación del Parlamento, a la vez como instrumento de la política del rey y como órgano representativo del reino. Inglaterra aumentó su protagonismo en Europa, apoyado por el crecimiento de su marina de guerra y por una política exterior dominada por la búsqueda del equilibrio entre las potencias continentales: primero luchó contra Francia aliándose con Carlos V, pero cuando le pareció que éste alcanzaba un poderío excesivo, se alió contra él al lado de Francisco I (1525). Otro capítulo importante fueron sus campañas victoriosas contra Escocia en 1512-13 y en 1542-45, que no fueron suficientes para unificar Gran Bretaña bajo su poder.

Alberto Durero

Alberto Durero (Albrecht Dürer; Nuremberg, actual Alemania, 1471-id., 1528) Pintor y grabador alemán. Fue sin duda la figura más importante del Renacimiento en Europa septentrional, donde ejerció una enorme influencia como transmisor de las ideas y el estilo renacentistas, a través de sus grabados. Se formó en una escuela latina y recibió conocimientos sobre pintura y grabado a través de su padre, orfebre, y de Michael Wolgemut, el pintor más destacado de su ciudad natal. Detalle del Autorretrato de 1498 Como era habitual en la época, al concluir sus estudios realizó un viaje, que lo llevó a diversas ciudades de Alemania y a Venecia (1494), ciudad a la que regresaría entre 1505 y 1507 y en la cual recibiría las influencias de Mantegna y Giovanni Bellini, además de asimilar los principios del humanismo. Previamente había contraído matrimonio y abierto un taller en su Nuremberg natal, donde se dedicó a la pintura (Retablo Paumgärtner) y sobre todo al grabado. A esta época pertenecen las series de grabados El Apocalipsis, La Gran Pasión y la Vida de la Virgen, convencionales en cuanto a temática pero revolucionarios por lo que se refiere a su concepción y su complejidad técnica. Las figuras, plenas de expresividad, son esculturales y están definidas por una multitud de detalles. La minuciosidad es precisamente uno de los rasgos destacados del estilo de Durero, carácter que es probable que heredara del oficio paterno. Después de su segunda estancia en Italia, pintó algunas obras de grandes dimensiones como El martirio de los diez mil, en las que incorporó la riqueza del colorismo veneciano en composiciones de gran dinamismo y repletas de figuras. También por entonces pintó las figuras de tamaño natural de Adán y Eva, pieza clave de su creación artística. Adán y Eva (1507), de Durero Tal era su fama que fue nombrado pintor de corte del emperador Maximiliano I (1512); también Carlos I lo reclamó. De Maximiliano realizó retratos de carácter, animados por la riqueza y variedad de las texturas, que rivalizan en perfección con los Autorretratos, quizá lo más conocido de su obra pictórica. Alberto Durero gustó de retratarse a sí mismo desde la temprana edad de trece años y mantuvo siempre esta costumbre, reflejo del nuevo interés renacentista por el hombre, y en especial el artista. Sin embargo, son los grabados las realizaciones en que dio una muestra más cabal de su genio; destacan los de 1513-1514, sobre temas imaginativos y que permiten varios niveles interpretativos: El caballero, la muerte y el diablo, San Jerónimo en su estudio y la triste Melancolía I, su obra cumbre como grabador, que constituye una compleja alegoría sobre las dificultades con que tropieza el artista en la realización de su obra creativa. Durante los últimos años de su vida, Durero se centró en la ejecución de un retablo para su ciudad natal: Los cuatro apóstoles. Esta obra, de grandes dimensiones e intenso colorido, refleja el trabajo de toda una vida, en particular los numerosos estudios que había hecho sobre las proporciones y la monumentalidad de la figura humana. Se recuerdan también como obras de un maestro algunos de sus dibujos de plantas y animales, así como las acuarelas pintadas por puro placer a partir de paisajes que había contemplado durante sus viajes, y los dibujos de gentes y lugares de los Países Bajos, que constituyen un testimonio histórico inapreciable. Erasmo de Rotterdam le dedicó la mejor alabanza que un humanista podía hacer de un pintor, al definirlo como el «Apeles de las líneas negras».

Miguel Ángel

Miguel Ángel (Miguel Ángel Buonarrotti, en italiano Michelangelo; Caprese, actual Italia, 1475 - Roma, 1564) Escultor, pintor y arquitecto italiano. Habitualmente se reconoce a Miguel Ángel como la gran figura del Renacimiento italiano, un hombre cuya excepcional personalidad artística dominó el panorama creativo del siglo XVI y cuya figura está en la base de la concepción del artista como un ser excepcional, que rebasa ampliamente las convenciones ordinarias. Durante los cerca de setenta años que duró su carrera, Miguel Ángel cultivó por igual la pintura, la escultura y la arquitectura, con resultados extraordinarios en cada una de estas facetas artísticas. Sus coetáneos veían en las realizaciones de Miguel Ángel una cualidad, denominada terribilità, a la que puede atribuirse la grandeza de su genio; dicho término se refiere a aspectos como el vigor físico, la intensidad emocional y el entusiasmo creativo, verdaderas constantes en las obras de este creador que les confieren su grandeza y su personalidad inimitables. La vida de Miguel Ángel transcurrió entre Florencia y Roma, ciudades en las que dejó sus obras maestras. Aprendió pintura en el taller de Ghirlandaio y escultura en el jardín de los Médicis, que habían reunido una excepcional colección de estatuas antiguas. Dio sus primeros pasos haciendo copias de frescos de Giotto o de Masaccio que le sirvieron para definir su estilo. En 1496 se trasladó a Roma, donde realizó dos esculturas que lo proyectaron a la fama: el Baco y la Piedad de San Pedro. Esta última, su obra maestra de los años de juventud, es una escultura de gran belleza y de un acabado impecable que refleja su maestría técnica. La Piedad de Miguel Ángel Al cabo de cinco años regresó a Florencia, donde recibió diversos encargos, entre ellos el David, el joven desnudo de cuatro metros de altura que representa la belleza perfecta y sintetiza los valores del humanismo renacentista. En 1505, cuando trabajaba en el cartón preparatorio de la Batalla de Cascina (inconclusa) para el Palazzo Vecchio, el papa Julio II lo llamó a Roma para que esculpiera su tumba; Miguel Ángel trabajó en esta obra hasta 1545 y sólo terminó tres estatuas, el Moisés y dos Esclavos; dejó a medias varias estatuas de esclavos que se cuentan en la actualidad entre sus realizaciones más admiradas, ya que permiten apreciar cómo extraía literalmente de los bloques de mármol unas figuras que parecían estar ya contenidas en ellos. La creación de Miguel Ángel (Capilla Sixtina) Julio II le pidió también que decorase el techo de la Capilla Sixtina, encargo que Miguel Ángel se resistió a aceptar, puesto que se consideraba ante todo un escultor, pero que se convirtió finalmente en su creación más sublime. Alrededor de las escenas centrales, que representan episodios del Génesis, se despliega un conjunto de profetas, sibilas y jóvenes desnudos, en un todo unitario dominado por dos cualidades esenciales: belleza física y energía dinámica. En 1516, regresó a Florencia para ocuparse de la fachada de San Lorenzo, obra que le dio muchos quebraderos de cabeza y que por último no se realizó; pero el artista proyectó para San Lorenzo dos obras magistrales: la Biblioteca Laurenciana y la capilla Medicea o Sacristía Nueva. Ambas realizaciones son en el aspecto arquitectónico herederas de la obra de Brunelleschi, aunque la singular escalera de acceso a la biblioteca, capaz de crear un particular efecto de monumentalidad en el escaso espacio existente, sólo puede ser obra del genio de Miguel Ángel. La capilla Medicea alberga dos sepulturas que incluyen la estatua del difunto y las figuras magistrales del Día, la Noche, la Aurora y el Crepúsculo. En 1534, Miguel Ángel se estableció definitivamente en Roma, donde realizó el fresco del Juicio Final en la capilla Sixtina y supervisó las obras de la basílica de San Pedro, en la que modificó sustancialmente los planos y diseñó la cúpula, que es obra suya. Su otra gran realización arquitectónica fue la finalización del Palacio Farnesio, comenzado por Sangallo el Joven

Juan Calvino

Juan Calvino (Jean Cauvin o Calvin) Teólogo y reformador protestante (Noyon, Francia, 1509 - Ginebra, 1564). Fue educado en el catolicismo, realizando estudios de Teología, Humanidades y Derecho. Con poco más de veinte años se convirtió al protestantismo, al adoptar los puntos de vista de Lutero: negación de la autoridad de la Iglesia de Roma, importancia primordial de la Biblia y doctrina de la salvación a través de la fe y no de las obras. Juan Calvino Tales convicciones le obligaron a abandonar París en 1534 y buscar refugio en Basilea (Suiza). 1536 fue un año decisivo en su vida: por un lado, publicó un libro en el cual sistematizaba la doctrina protestante -Las instituciones de la religión cristiana-, que alcanzaría enseguida una gran difusión; y por otro, llegó a Ginebra, en donde la creciente comunidad protestante le pidió que se quedara para ser su guía espiritual. Calvino se instaló en Ginebra, pero sus autoridades le expulsaron de la ciudad en 1538 por el excesivo rigor moral que había tratado de imponer a sus habitantes. En 1541 los ginebrinos volvieron a llamarle y, esta vez, Calvino no se limitó a predicar y a tratar de influir en las costumbres, sino que asumió un verdadero poder político, que ejercería hasta su muerte. Aunque mantuvo formalmente las instituciones representativas tradicionales, estableció un control de hecho sobre la vida pública, basado en la asimilación de comunidad religiosa y comunidad civil. Un Consistorio de ancianos y de pastores -dotado de amplios poderes para castigar- vigilaba y reprimía las conductas para adaptarlas estrictamente a la que suponían voluntad divina: fueron prohibidos y perseguidos el adulterio, la fornicación, el juego, la bebida, el baile y las canciones obscenas; hizo obligatoria la asistencia regular a los servicios religiosos; y fue intolerante con los que consideraba herejes (como Miguel Servet, al que hizo quemar en la hoguera en 1553). El culto se simplificó, reduciéndolo a la oración y la recitación de salmos, en templos extremadamente austeros de donde habían sido eliminados los altares, santos, velas y órganos. La lucha por imponer todas estas innovaciones se prolongó hasta 1555, con persecuciones sangrientas, destierros y ejecuciones; después, Calvino reinó como un dictador incontestado. Ginebra se convirtió así en uno de los más importantes focos protestantes de Europa, desde donde irradiaba la Reforma. El propio Calvino se esforzó hasta el final de su vida por hacer proselitismo, extendiendo su influencia religiosa, especialmente hacia Francia. Muerto Zuinglio en 1531, Calvino se había erigido en el principal dirigente del protestantismo europeo, capaz de hacer frente a la Contrarreforma católica. El calvinismo superó pronto en influencia al luteranismo (limitado al norte de Alemania y los países escandinavos): calvinista fue el protestantismo dominante en Suiza y en Holanda, así como el de los hugonotes franceses, los presbiterianos escoceses o los puritanos ingleses (que después emigraron a Norteamérica), y otras comunidades importantes de tendencia calvinista surgieron en países como Hungría, Polonia y Alemania. Calvino se opuso siempre a la fusión de las iglesias reformadas inspiradas por él con las de inspiración luterana, alegando irreductibles diferencias teológicas. Entre éstas destaca la doctrina de la predestinación: según Calvino, Dios ha decidido de antemano quiénes se salvaran y quiénes no, con independencia de su comportamiento en la vida; el hombre se salva si ha sido elegido para ese destino por Dios; y las buenas obras no constituyen méritos relevantes a ese respecto, sino una conducta también prevista por el Creador. Quienes han sido destinados a la salvación han sido también destinados a llevar una vida recta; curiosamente, esta doctrina produjo entre los creyentes calvinistas un efecto moralizante, caracterizándose dichas comunidades por un extremado rigor moral y una dedicación sistemática al trabajo, como Calvino prescribió. Otras peculiaridades de su doctrina, como la de admitir el préstamo con interés (en contraste con los católicos y con los luteranos) han permitido que desde Max Weber algunos historiadores vieran en la ética calvinista el «caldo de cultivo» más propicio para el desarrollo de la moderna economía capitalista.

Tomás Moro

Tomás Moro (Thomas More) Político y humanista inglés (Londres, 1478 -1535). Procedente de la pequeña nobleza, estudió en la Universidad de Oxford y accedió a la corte inglesa en calidad de jurista. Su experiencia como abogado y juez le hizo reflexionar sobre la injusticia del mundo, a la luz de su relación intelectual con los humanistas del continente (como Erasmo de Rotterdam). Desde 1504 fue miembro del Parlamento, donde se hizo notar por sus posturas audaces en contra de la tiranía. Tomás Moro Su obra más relevante como pensador político fue Utopía (París, 1516). En ella criticó el orden político, social y religioso establecido, bajo la fórmula de imaginar como antítesis una comunidad perfecta; su modelo estaba caracterizado por la igualdad social, la fe religiosa, la tolerancia y el imperio de la Ley, combinando la democracia en las unidades de base con la obediencia general a la planificación racional del gobierno. A pesar de haber mantenido en el plano teórico estas aspiraciones premonitorias del pensamiento socialista, Moro fue prudente y moderado en cuanto a la posibilidad de llevarlas a la práctica, por lo que no combatió directamente al poder establecido ni adoptó posturas ideológicas intransigentes. Enrique VIII, atraído por su valía intelectual, le promovió a cargos de importancia creciente: embajador en los Países Bajos (1515), miembro del Consejo Privado (1517), portavoz de la Cámara de los Comunes (1523) y canciller desde 1529 (fue el primer laico que ocupó este puesto político en Inglaterra). Ayudó al rey a conservar la unidad de la Iglesia de Inglaterra, rechazando las doctrinas de Lutero; e intentó, mientras pudo, mantener la paz exterior. Sin embargo, acabó rompiendo con Enrique VIII por razones de conciencia, pues era un católico ferviente que incluso había pensado en hacerse monje. Moro declaró su oposición a Enrique y dimitió como canciller cuando el rey quiso anular su matrimonio con Catalina de Aragón, rompió las relaciones con el Papado, se apropió de los bienes de los monasterios y exigió al clero inglés un sometimiento total a su autoridad (1532). Su negativa a reconocer como legítimo el subsiguiente matrimonio de Enrique VIII con Ana Bolena, prestando juramento a la Ley de Sucesión, hizo que el rey le encerrara en la Torre de Londres (1534) y le hiciera decapitar al año siguiente. La Iglesia católica le canonizó en 1935.

Nicolás Maquiavelo

Nicolás Maquiavelo (Florencia, 1469-1527) Escritor y estadista florentino. Nacido en el seno de una familia noble empobrecida, Nicolás Maquiavelo vivió en Florencia en tiempos de Lorenzo y Pedro de Médicis. Tras la caída de Savonarola (1498) fue nombrado secretario de la segunda cancillería encargada de los Asuntos Exteriores y de la Guerra de la ciudad, cargo que ocupó hasta 1512 y que le llevó a realizar importantes misiones diplomáticas ante el rey de Francia, el emperador Maximiliano I y César Borgia, entre otros. Nicolás Maquiavelo Su actividad diplomática desempeñó un papel decisivo en la formación de su pensamiento político, centrado en el funcionamiento del Estado y en la psicología de sus gobernantes. Su principal objetivo político fue preservar la soberanía de Florencia, siempre amenazada por las grandes potencias europeas, y para conseguirlo creó la milicia nacional en 1505. Intentó sin éxito propiciar el acercamiento de posiciones entre Luis XII de Francia y el papa Julio II, cuyo enfrentamiento terminó con la derrota de los franceses y el regreso de los Médicis a Florencia (1512). Como consecuencia de este giro político, Maquiavelo cayó en desgracia, fue acusado de traición, encarcelado y levemente torturado (1513). Tras recuperar la libertad se retiró a una casa de su propiedad en las afueras de Florencia, donde emprendió la redacción de sus obras, entre ellas su obra maestra, El príncipe (Il principe), que Maquiavelo terminó en 1513 y dedicó a Lorenzo de Médicis (a pesar de ello, sólo sería publicada después de su muerte). En 1520, el cardenal Julio de Médicis le confió varias misiones y, cuando se convirtió en Papa, con el nombre de Clemente VII (1523), Maquiavelo pasó a ocupar el cargo de superintendente de fortificaciones (1526). En 1527, las tropas de Carlos I de España tomaron y saquearon Roma, lo que trajo consigo la caída de los Médicis en Florencia y la marginación política de Maquiavelo, quien murió poco después de ser apartado de todos sus cargos. La obra de Nicolás Maquiavelo se adentra por igual en los terrenos de la política y la literatura. Sus textos políticos e históricos son deudores de su experiencia diplomática al servicio de Florencia, caso de Descripción de las cosas de Alemania (Ritrato delle cose della Alemagna, 1532). En Discursos sobre la primera década de Tito Livio (Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio, 1512-1519) esbozó, anticipándose a Vico, la teoría cíclica de la historia: la monarquía tiende a la tiranía, la aristocracia se transforma en oligarquía y la democracia en anarquía, lo que lleva de nuevo a la monarquía. En El príncipe, obra inspirada en la figura de César Borgia, Maquiavelo describe distintos modelos de Estado según cuál sea su origen (la fuerza, la perversión, el azar) y deduce las políticas más adecuadas para su pervivencia. Desde esa perspectiva se analiza el perfil psicológico que debe tener el príncipe y se dilucida cuáles son las virtudes humanas que deben primar en su tarea de gobierno. Maquiavelo concluye que el príncipe debe aparentar poseer ciertas cualidades, ser capaz de fingir y disimular bien y subordinar todos los valores morales a la razón de Estado, encarnada en su persona. El pensamiento histórico de Nicolás Maquiavelo quedó plasmado fundamentalmente en dos obras: La vida de Castruccio Castracani de Luca (1520) e Historia de Florencia (Istorie fiorentine, 1520-1525). Entre sus trabajos literarios se cuentan variadas composiciones líricas, como Las decenales (Decennali, 1506-1509) o El asno de oro (L'asino d’oro, 1517), pero sobre todas ellas destaca su comedia La mandrágora (Mandragola, 1520), sátira mordaz de las costumbres florentinas de la época. Clizia (1525) es una comedia en cinco actos, de forma aparentemente clásica, que se sitúa en la realidad contemporánea que Maquiavelo tanto deseaba criticar.

Leonardo da Vinci

Nació en 1452 en la villa toscana de Vinci, hijo natural de una campesina, Caterina (que se casó poco después con un artesano de la región), y de Ser Piero, un rico notario florentino. Italia era entonces un mosaico de ciudades-estados como Florencia, pequeñas repúblicas como Venecia y feudos bajo el poder de los príncipes o el papa. El Imperio romano de Oriente cayó en 1453 ante los turcos y apenas sobrevivía aún, muy reducido, el Sacro Imperio Romano Germánico; era una época violenta en la que, sin embargo, el esplendor de las cortes no tenía límites. A pesar de que su padre se casó cuatro veces, sólo tuvo hijos (once en total, con los que Leonardo acabó teniendo pleitos por la herencia paterna) en sus dos últimos matrimonios, por lo que Leonardo se crió como hijo único. Su enorme curiosidad se manifestó tempranamente, dibujando animales mitológicos de su propia invención, inspirados en una profunda observación del entorno natural en el que creció. Giorgio Vasari, su primer biógrafo, relata cómo el genio de Leonardo, siendo aún un niño, creó un escudo de Medusa con dragones que aterrorizó a su padre cuando se topó con él por sorpresa. Recreación del autorretrato de Leonardo Consciente ya del talento de su hijo, su padre lo autorizó, cuando Leonardo cumplió los catorce años, a ingresar como aprendiz en el taller de Andrea del Verrocchio, en donde, a lo largo de los seis años que el gremio de pintores prescribía como instrucción antes de ser reconocido como artista libre, aprendió pintura, escultura, técnicas y mecánicas de la creación artística. El primer trabajo suyo del que se tiene certera noticia fue la construcción de la esfera de cobre proyectada por Brunelleschi para coronar la iglesia de Santa Maria dei Fiori. Junto al taller de Verrocchio, además, se encontraba el de Antonio Pollaiuollo, en donde Leonardo hizo sus primeros estudios de anatomía y, quizá, se inició también en el conocimiento del latín y el griego. Juventud y descubrimientos técnicos Era un joven agraciado y vigoroso que había heredado la fuerza física de la estirpe de su padre; es muy probable que fuera el modelo para la cabeza de San Miguel en el cuadro de Verrocchio Tobías y el ángel, de finos y bellos rasgos. Por lo demás, su gran imaginación creativa y la temprana maestría de su pincel, no tardaron en superar a las de su maestro: en el Bautismo de Cristo, por ejemplo, donde un dinámico e inspirado ángel pintado por Leonardo contrasta con la brusquedad del Bautista hecho por Verrocchio. El joven discípulo utilizaba allí por vez primera una novedosa técnica recién llegada de los Países Bajos: la pintura al óleo, que permitía una mayor blandura en el trazo y una más profunda penetración en la tela. Además de los extraordinarios dibujos y de la participación virtuosa en otras obras de su maestro, sus grandes obras de este período son un San Jerónimo y el gran panel La adoración de los Magos (ambos inconclusos), notables por el innovador dinamismo otorgado por la maestría en los contrastes de rasgos, en la composición geométrica de la escena y en el extraordinario manejo de la técnica del claroscuro. Florencia era entonces una de las ciudades más ricas de Europa; sus talleres de manufacturas de sedas y brocados de oriente y de lanas de occidente, y sus numerosas tejedurías la convertían en el gran centro comercial de la península itálica; allí los Médicis habían establecido una corte cuyo esplendor debía no poco a los artistas con que contaba. Pero cuando el joven Leonardo comprobó que no conseguía de Lorenzo el Magnífico más que alabanzas a sus virtudes de buen cortesano, a sus treinta años decidió buscar un horizonte más prospero. Primer período milanés En 1482 se presentó ante el poderoso Ludovico Sforza, el hombre fuerte de Milán por entonces, en cuya corte se quedaría diecisiete años como «pictor et ingenierius ducalis». Aunque su ocupación principal era la de ingeniero militar, sus proyectos (casi todos irrealizados) abarcaron la hidráulica, la mecánica (con innovadores sistemas de palancas para multiplicar la fuerza humana), la arquitectura, además de la pintura y la escultura. Fue su período de pleno desarrollo; siguiendo las bases matemáticas fijadas por León Bautista Alberti y Piero della Francesca, Leonardo comenzó sus apuntes para la formulación de una ciencia de la pintura, al tiempo que se ejercitaba en la ejecución y fabricación de laúdes. Estimulado por la dramática peste que asoló Milán y cuya causa veía Leonardo en el hacinamiento y suciedad de la ciudad, proyectó espaciosas villas, hizo planos para canalizaciones de ríos e ingeniosos sistemas de defensa ante la artillería enemiga. Habiendo recibido de Ludovico el encargo de crear una monumental estatua ecuestre en honor de Francesco, el fundador de la dinastía Sforza, Leonardo trabajó durante dieciséis años en el proyecto del «gran caballo», que no se concretaría más que en una maqueta, destruida poco después durante una batalla. El hombre de Vitruvio, canon del cuerpo humano Resultó sobre todo fecunda su amistad con el matemático Luca Pacioli, fraile franciscano que en 1494 publicó su tratado de la Divina proportione, ilustrada por Leonardo. Ponderando la vista como el instrumento de conocimiento más certero con que cuenta el ser humano, Leonardo sostuvo que a través de una atenta observación debían reconocerse los objetos en su forma y estructura para describirlos en la pintura de la manera más exacta. De este modo el dibujo se convertía en el instrumento fundamental de su método didáctico, al punto que podía decirse que en sus apuntes el texto estaba para explicar el dibujo, y no éste para ilustrar a aquél, por lo que Da Vinci ha sido reconocido como el creador de la moderna ilustración científica. El ideal del saper vedere guió todos sus estudios, que en la década de 1490 comenzaron a perfilarse como una serie de tratados (inconclusos, que fueron recopilados luego en el Codex Atlanticus, así llamado por su gran tamaño). Incluye trabajos sobre pintura, arquitectura, mecánica, anatomía, geografía, botánica, hidráulica, aerodinámica, fundiendo arte y ciencia en una cosmología individual que da, además, una vía de salida para un debate estético que se encontraba anclado en un más bien estéril neoplatonismo. Aunque Leonardo no parece que se preocupara demasiado por formar su propia escuela, en su taller milanés se creó poco a poco un grupo de fieles aprendices y alumnos: Giovanni Boltraffio, Ambrogio de Predis, Andrea Solari, su inseparable Salai, entre otros; los estudiosos no se han puesto de acuerdo aún acerca de la exacta atribución de algunas obras de este período, tales como la Madona Litta o el retrato de Lucrezia Crivelli. Contratado en 1483 por la hermandad de la Inmaculada Concepción para realizar una pintura para la iglesia de San Francisco, Leonardo emprendió la realización de lo que sería la celebérrima Virgen de las Rocas, cuyo resultado final, en dos versiones, no estaría listo a los ocho meses que marcaba el contrato, sino veinte años más tarde. La estructura triangular de la composición, la gracia de las figuras, el brillante uso del famoso sfumato para realzar el sentido visionario de la escena, convierten a ambas obras en una nueva revolución estética para sus contemporáneos. A este mismo período pertenecen el retrato de Ginevra de Benci (1475-1478), con su innovadora relación de proximidad y distancia y la belleza expresiva de La belle Ferronière. Pero hacia 1498 Leonardo finalizaba una pintura mural, en principio un encargo modesto para el refectorio del convento dominico de Santa Maria dalle Grazie, que se convertiría en su definitiva consagración pictórica: La última cena. Necesitamos hoy un esfuerzo para comprender su esplendor original, ya que se deterioró rápidamente y fue mal restaurada muchas veces. La genial captación plástica del dramático momento en que Cristo dice a los apóstoles «uno de vosotros me traicionará» otorga a la escena una unidad psicológica y una dinámica aprehensión del momento fugaz de sorpresa de los comensales (del que sólo Judas queda excluido). El mural se convirtió no sólo en un celebrado icono cristiano, sino también en un objeto de peregrinación para artistas de todo el continente. El regreso a Florencia A finales de 1499 los franceses entraron en Milán; Ludovico el Moro perdió el poder. Leonardo abandonó la ciudad acompañado de Pacioli y tras una breve estancia en casa de su admiradora la marquesa Isabel de Este, en Mantua, llegó a Venecia. Acosada por los turcos, que ya dominaban la costa dálmata y amenazaban con tomar el Friuli, la Signoria contrató a Leonardo como ingeniero militar. En pocas semanas proyectó una cantidad de artefactos cuya realización concreta no se haría sino, en muchos casos, hasta los siglos XIX o XX, desde una suerte de submarino individual, con un tubo de cuero para tomar aire destinado a unos soldados que, armados con taladro, atacarían las embarcaciones por debajo, hasta grandes piezas de artillería con proyectiles de acción retardada y barcos con doble pared para resistir las embestidas. Los costes desorbitados, la falta de tiempo y, quizá, las excesivas (para los venecianos) pretensiones de Leonardo en el reparto del botín, hicieron que las geniales ideas no pasaran de bocetos. En abril de 1500 Da Vinci entró en Florencia, tras veinte años de ausencia. César Borgia, hijo del papa Alejandro VI, hombre ambicioso y temido, descrito por el propio Maquiavelo como «modelo insuperable» de intrigador político y déspota, dominaba Florencia y se preparaba para lanzarse a la conquista de nuevos territorios. Leonardo, nuevamente como ingeniero militar, recorrió los terrenos del norte, trazando mapas, calculando distancias precisas, proyectando puentes y nuevas armas de artillería. Pero poco después el condottiero cayó en desgracia: sus capitanes se sublevaron, su padre fue envenenado y él mismo cayó gravemente enfermo. En 1503 Leonardo volvió a la ciudad, que por entonces se encontraba en guerra con Pisa y concibió allí su genial proyecto de desviar el río Arno por detrás de la ciudad enemiga cercándola y contemplando la construcción de un canal como vía navegable que comunicase Florencia con el mar: el proyecto sólo se concretó en los extraordinarios mapas de su autor. Pero Leonardo ya era reconocido como uno de los mayores maestros de Italia. En 1501 había causado admiración con su Santa Ana, la Virgen y el Niño; en 1503 recibió el encargo de pintar un gran mural (el doble del tamaño de La última cena) en el palacio Viejo: la nobleza florentina quería inmortalizar algunas escenas históricas de su gloria. Leonardo trabajó tres años en La batalla de Angheri, que quedaría inconclusa y sería luego desprendida por su deterioro. Importante por los bocetos y copias, éstas admirarían a Rafael e inspirarían, un siglo más tarde, una célebre de Peter Paul Rubens. Dama con armiño (1483-84) También sólo en copias sobrevivió otra gran obra de este periodo: Leda y el cisne. Sin embargo, la cumbre de esta etapa florentina (y una de las pocas obras acabadas por Leonardo) fue el retrato de Mona Lisa. Obra famosa desde el momento de su creación, se convirtió en modelo de retrato y casi nadie escaparía a su influjo en el mundo de la pintura. La mítica Gioconda ha inspirado infinidad de libros y leyendas, y hasta una ópera; pero poco se sabe de su vida. Ni siquiera se conoce quién encargó el cuadro, que Leonardo se llevó consigo a Francia, donde lo vendió al rey Francisco I por cuatro mil piezas de oro. Perfeccionando su propio hallazgo del sfumato, llevándolo a una concreción casi milagrosa, Leonardo logró plasmar un gesto entre lo fugaz y lo perenne: la «enigmática sonrisa» de la Gioconda es uno de los capítulos más admirados, comentados e imitados de la historia del arte y su misterio sigue aún hoy fascinando. Existe la leyenda de que Leonardo promovía ese gesto en su modelo haciendo sonar laúdes mientras ella posaba; el cuadro, que ha atravesado no pocas vicisitudes, ha sido considerado como cumbre y resumen del talento y la «ciencia pictórica» de su autor. De nuevo en Milán: de 1506 a 1513 El interés de Leonardo por los estudios científicos era cada vez más intenso: asistía a disecciones de cadáveres, sobre los que confeccionaba dibujos para describir la estructura y funcionamiento del cuerpo humano. Al mismo tiempo hacía sistemáticas observaciones del vuelo de los pájaros (sobre los que planeaba escribir un tratado), en la convicción de que también el hombre podría volar si llegaba a conocer las leyes de la resistencia del aire (algunos apuntes de este período se han visto como claros precursores del moderno helicóptero). Absorto por estas cavilaciones e inquietudes, Leonardo no dudó en abandonar Florencia cuando en 1506 Charles d'Amboise, gobernador francés de Milán, le ofreció el cargo de arquitecto y pintor de la corte; honrado y admirado por su nuevo patrón, Da Vinci proyectó para él un castillo y ejecutó bocetos para el oratorio de Santa Maria dalla Fontana, fundado por aquél. Su estadía milanesa sólo se interrumpió en el invierno de 1507 cuando, en Florencia, colaboró con el escultor Giovanni Francesco Rustici en la ejecución de los bronces del baptisterio de la ciudad. Quizás excesivamente avejentado para los cincuenta años que contaba entonces, su rostro fue tomado por Rafael como modelo del sublime Platón para su obra La escuela de Atenas. Leonardo, en cambio, pintaba poco dedicándose a recopilar sus escritos y a profundizar sus estudios: con la idea de tener finalizado para 1510 su tratado de anatomía trabajaba junto a Marcantonio della Torre, el más célebre anatomista de su tiempo, en la descripción de órganos y el estudio de la fisiología humana. El ideal leonardesco de la «percepción cosmológica» se manifestaba en múltiples ramas: escribía sobre matemáticas, óptica, mecánica, geología, botánica; su búsqueda tendía hacia el encuentro de leyes funciones y armonías compatibles para todas estas disciplinas, para la naturaleza como unidad. Paralelamente, a sus antiguos discípulos se sumaron algunos nuevos, entre ellos el joven noble Francesco Melzi, fiel amigo del maestro hasta su muerte. Junto a Ambrogio de Predis, Leonardo culminó en 1508 la segunda versión de La Virgen de las Rocas; poco antes, había dejado sin cumplir un encargo del rey de Francia para pintar dos madonnas. Ultimos años: Roma y Francia El nuevo hombre fuerte de Milán era entonces Gian Giacomo Tivulzio, quien pretendía retomar para sí el monumental proyecto del «gran caballo», convirtiéndolo en una estatua funeraria para su propia tumba en la capilla de San Nazaro Magiore; pero tampoco esta vez el monumento ecuestre pasó de los bocetos, lo que supuso para Leonardo su segunda frustración como escultor. En 1513 una nueva situación de inestabilidad política lo empujó a abandonar Milán; junto a Melzi y Salai marchó a Roma, donde se albergó en el belvedere de Giulano de Médicis, hermano del nuevo papa León X. En el Vaticano vivió una etapa de tranquilidad, con un sueldo digno y sin grandes obligaciones: dibujó mapas, estudió antiguos monumentos romanos, proyectó una gran residencia para los Médicis en Florencia y, además, trabó una estrecha amistad con el gran arquitecto Bramante, hasta la muerte de éste en 1514. Pero en 1516, muerto su protector Giulano de Médicis, Leonardo dejó Italia definitivamente, para pasar los tres últimos años de su vida en el palacio de Cloux como «primer pintor, arquitecto y mecánico del rey». El gran respeto que Francisco I le dispensó hizo que Leonardo pasase esta última etapa de su vida más bien como un miembro de la nobleza que como un empleado de la casa real. Fatigado y concentrado en la redacción de sus últimas páginas para su tratado sobre la pintura, pintó poco aunque todavía ejecutó extraordinarios dibujos sobre temas bíblicos y apocalípticos. Alcanzó a completar el ambiguo San Juan Bautista, un andrógino duende que desborda gracia, sensualidad y misterio; de hecho, sus discípulos lo imitarían poco después convirtiéndolo en un pagano Baco, que hoy puede verse en el Louvre de París. A partir de 1517 su salud, hasta entonces inquebrantable, comenzó a desmejorar. Su brazo derecho quedó paralizado; pero con su incansable mano izquierda Leonardo aún hizo bocetos de proyectos urbanísticos, de drenajes de ríos y hasta decorados para las fiestas palaciegas. Su casa de Amboise se convirtió en una especie de museo, plena de papeles y apuntes conteniendo las ideas de este hombre excepcional, muchas de las cuales deberían esperar siglos para demostrar su factibilidad e incluso su necesidad; llegó incluso, en esta época, a concebir la idea de hacer casas prefabricadas. Sólo por las tres telas que eligió para que lo acompañasen en su última etapa, la Gioconda, el San Juan y Santa Ana, la Virgen y el Niño, puede decirse que Leonardo poseía entonces uno de los grandes tesoros de su tiempo. El 2 de mayo de 1519 murió en Cloux; su testamento legaba a Melzi todos sus libros, manuscritos y dibujos, que éste se encargó de retornar a Italia. Como suele suceder con los grandes genios, se han tejido en torno a su muerte algunas leyendas; una de ellas, inspirada por Vasari, pretende que Leonardo, arrepentido de no haber llevado una existencia regido por las leyes de la Iglesia, se confesó largamente y, con sus últimas fuerzas, se incorporó del lecho mortuorio para recibir antes de expirar, los sacramentos. cronologia 1452 Nace en Vinci (Italia). 1466 Ingresa como aprendiz en el taller de Andrea del Verrocchio. 1472 Se inscribe en el Libro Rosso del debitori e creditori de la Cofradia de Pintores florentinos. 1478 Pinta el gran retablo inacabado de la Adoración de los reyes (Galería de los Uffizi). 1481 Solicita a Ludovico el Moro entrar a su servicio como ingeniero, inventor, arquitecto y artista. 1482 Abandona la corte de los Médicis y se presenta ante Ludovico Sforza en Milán, donde permanecerá diecisiete años. 1483 Emprende la pintura de La Virgen de las Rocas, que no entregará hasta 1490. 1494 Se publica la Divina proportione, obra de Luca Pacioli, ilustrada por Leonardo. 1495 Inicia en la residencia de los Sforza la decoración de los Camerini. 1498 Acaba la pintura mural de La última cena, en el refrectorio de Santa Maria delle Grazie, en Milán. Inicia con Luca Paccioli estudios de matemáticas y geometría. Realiza el retrato de Lucrezia Crivelli. 1499 Se traslada a Venecia. 1503 Realiza los proyectos para la canalización del Arno. Empieza a pintar el retrato de Lisa Gherardini, La Gioconda. 1506 Regresa a Milán llamado por Charles d'Amboise, como arquitecto y pintor de la corte. 1507 Trabaja en experimentos sobre el vuelo. 1513 Se instala en Roma al servicio de Giuliano de Médicis. Empieza su tratado sobre el arte de pintar. 1516 Se traslada a Francia invitado como primer pintor de la corte por el rey Francisco I, el cual le asigna como residencia privada el castillo de Cloux. 1519 Muere en Cloux. Leonardo da Vinci es una de las figuras más fascinantes del Renacimiento. También es uno de los creadores que ha dado lugar a un mayor número de mitos sobre su persona. Considerado el paradigma del homo universalis renacentista, incursionó en campos tan variados como la aerodinámica, la hidráulica, la anatomía, la botánica, la pintura y la arquitectura, entre otros. Su legado ha sido tan impresionante como la magnitud de su mito. Sus fecundas investigaciones científicas fueron, en gran medida, olvidadas y minusvaloradas por sus contemporáneos, mientras que en su obra de pintor vieron en él un maestro y un sabio, que consigue elaborar y plasmar el ideal de belleza que preside la actividad artística del Alto Renacimiento. Pintura y ciencia Cuando se considera a Leonardo con relación a la variedad y complejidad de sus actividades artísticas y científicas, los rasgos que lo definen son su categórico rechazo al principio de autoridad y la afirmación de la experiencia como valor exclusivo. En su actividad como pintor éste será igualmente su rasgo definitorio. Aprendidos los dos principios básicos de la pintura florentina del Quattrocento, el sistema de representación tridimensional y la valoración de la Antigüedad clásica como maestra, se opondrá a ellos, superándolos y planteando un nuevo sistema de representación; a la construcción geométrica del espacio y la perspectiva lineal conseguida por los quattrocentistas, opone la perspectiva aérea, cuya base se encuentra en sus continuas investigaciones sobre el fenómeno de la luz. Ante la lección de la Antigüedad clásica, reacciona mediante un conocimiento racional, vasto y experimentado, de los fenómenos de la naturaleza. Diseños mecánicos de Leonardo En Leonardo se funden, como en ninguna otra personalidad histórica, la actividad artística y la actividad científica, y es en él donde, de un modo cierto, ambas actividades entran en contradicción, unas veces alimentándose y otras contraponiéndose. Pero, para Leonardo da Vinci, la belleza no se aparta de su concepción científica de la naturaleza, ya que, como ella, tiene que ser visible y experimentable. Leonardo, formado en contacto con el núcleo florentino neoplatónico, no abandona la idea de que la belleza es algo inmaterial, aunque ésta no se va a manifestar, como lo hacía en Botticelli, a través de metáforas y apologías, sino mediante una imagen visual directa, búsqueda que ocupa toda la actividad pictórica del artista. El sfumato, recurso técnico inventado por él, que consiste en la difuminación de los contornos, se basa en su teoría científica sobre el espesor transparente del aire, que le lleva a la representación atmosférica. Leonardo intuye que la atmósfera no es transparente, sino que tiene color y densidad propias, que cambian por los efectos de luz; estas propiedades atmosféricas varían el volumen y el color de los objetos, que se encuentran integrados y unidos al medio en que se ubican. El Quattrocento representaba los objetos, partiendo de una visión preconcebida de ellos; Leonardo los representa tal y como los observa en el momento en que van a ser representados, olvidándose de cualquier idea establecida a priori. La técnica del sfumato permite la fusión del objeto con la naturaleza que lo circunda, la unión de la naturaleza humana con la naturaleza cósmica, la consecución de la belleza ideal. La Gioconda En el arte occidental, se puede decir que no hay ninguna obra más famosa que la pintura de Leonardo da Vinci del retrato de Lisa Gherardini, llamado Mona Lisa (Mona es una abreviatura del italiano Madonna, señora), hija de un fabricante de lanas florentino llamado Antonio Gherardini. A su muerte, la muchacha habría sido prometida al hijo menor de Lorenzo el Magnífico, pero al huir el clan de los Médicis ante la invasión francesa, la joven se habría quedado sola y embarazada. En tan adversas condiciones, Lisa Gherardini habría aceptado desposarse con Francisco Giocondo, un hombre de mucha más edad que ella a quien debería el sobrenombre de la Gioconda. Sin embargo, son innumerables las teorías a este respecto; muchos creen que el retrato no se basa en un único modelo, sino en la suma de varios. Detalle de La Gioconda Se sabe que Leonardo trabajó en el retrato de la Gioconda durante cuatro años, probablemente desde 1503, pero él nunca lo consideró terminado y se negaba a entregarlo al cliente. El propio pintor manifestó en su época una gran predilección por el retrato de la Gioconda. Se sabe que llevaba consigo este cuadro en sus viajes, y que a menudo pasaba largas horas observándolo en busca de inspiración. No se conserva ningún boceto previo del retrato de la Gioconda, hecho ciertamente insólito si se tiene en cuenta que Leonardo, como muchos otros pintores, solía realizar exhaustivos estudios previos a sus diferentes obras. Leonardo se lo llevó a Francia cuando en 1516 fue llamado por Francisco I y, a través de la familia real francesa, el cuadro llego con el tiempo al Louvre de París. Sin embargo, la pintura ha sido probablemente cortada en todos sus lados y, ante todo, el color ha sufrido transformaciones con el transcurso del tiempo: los tonos rojos han desaparecido casi totalmente y toda la pintura ha adquirido un tono verdoso. Aun así, la obra conserva todavía una belleza peculiar. Muchos intentos se han hecho para explicar el vivo efecto que produce en el espectador. Leonardo utilizó un típico sfumato: los suaves colores y los contornos se funden en una sombra indecisa. De la misma manera, la expresión del rostro es equívoca: una sonrisa juega alrededor de la boca y los ojos, pero ¿es burlona o melancólica? La joven parece mirar al espectador pero también al mismo tiempo mira a lo lejos, o hacia su interior. El peculiar efecto queda acentuado por el paisaje onírico del fondo, donde además el artista ha dejado mucho más bajo el horizonte de la izquierda que el de la derecha. Tampoco las dos mitades de la cara son del todo iguales. Lo turbador de estos aspectos se contrapone con la tranquila armonía de las manos maravillosamente modeladas. La grandeza y la serenidad que la obra trasmite parece proceder de su profundidad anímica, de su propia intimidad psicológica que parece modelar su presencia física de la dama que, al mismo tiempo, se desintegra en la naturaleza envolvente, sin que por ello pierda su propia identidad. Leonardo consigue que lo universal y lo particular se conjuguen en una simbiosis perfecta. El paisaje, en continuo movimiento, símbolo del ser de la naturaleza, se conforma mediante ríos que fluyen, brumas, vapores, rocas deshilachadas, juegos de luces y vibraciones de colores. Nada hay permanente, todo se trasmuta y se funde, en una visión de paisaje irreal, esencia de la naturaleza. La belleza estriba en ese continuo ser y no ser, hacerse y deshacerse; la mujer en comunión con la naturaleza se integra y forma parte de ella, convirtiéndose igualmente en fondo. Muy pronto empezaron las cábalas y especulaciones acerca de la modelo del cuadro y su enigmática sonrisa. El artista del siglo XVI Vasari relata que Leonardo hacía tocar música durante las sesiones para que la modelo conservara "esta sonrisa extasiada que, al verla, hace pensar en una alegría más celestial que terrena". Freud realizó una interpretación psicoanalítica. Su sonrisa se ha comparado a la expresión de arcaicas estatuas griegas o esculturas angelicales góticas. Pero también ha sido sometida a una cruel caricaturización por parte de muchos artistas. En 1911 el cuadro fue robado por un aprendiz de pintura italiano que lo llevó a Florencia con la intención de vendérselo al estado italiano, pero fue localizado al cabo de dos años y el cuadro fue devuelto.