jueves, 15 de noviembre de 2012

El subjetivismo

El subjetivismo es la postura filosófica que toma como factor primario para toda verdad y moralidad a la individualidad psíquica y material del sujeto particular, siempre variable e imposible de trascender hacia una verdad absoluta y universal. El subjetivismo limita la validez de la verdad al sujeto que conoce y juzga principalmente según su entendimiento y en consideración a su realidad específica (entorno e interacción social) entendida no como un hecho "externo" sino como parte constitutiva del sujeto, es decir, afirma que el conocimiento solo es posible de manera limitada. No debe confundirse el subjetivismo con el relativismo. El relativismo, que se asemeja mucho al escepticismo filosófico, tampoco admite ninguna verdad absoluta que tenga validez universal, pero mientras el subjetivismo hace depender el conocimiento humano de factores que residen en el sujeto cognoscente, el relativismo subraya la dependencia casi exclusiva de factores externos. Como tales considera la influencia del medio, del espíritu, del tiempo, de la pertenencia a un determinado círculo cultural o clase social, y los factores determinantes contenidos en ellos. Una variante del subjetivismo es el subjetivismo ético, el cual afirma que lo bueno o lo malo en la moral depende de las actitudes morales individuales. Por lo tanto cuando alguien siente que "P" es bueno de manera sincera entonces "P" es bueno por lo tanto, de acuerdo con los subjetivistas, no puede estar equivocado moralmente tambien es aquella tendencia filosófica para la cual el valor de todo juicio depende no de cómo las cosas se muestran, sino de determinadas condiciones en el que juzga («sujeto»), las cuales no están al servicio de la visión de la cosa tal como es. Según los posibles ámbitos fundamentales en que se formula el juicio, se distinguen (en cuanto al contenido) un s. teorético-cognoscitivo, un s. ético, un s. estético y un s. religioso. Vistas formalmente, las condiciones subjetivas que determinan el juicio pueden ser tales que resulten accesibles a la investigación empírica, o tales que sólo se abran a la -> reflexión (trascendental) filosófica. Según eso se distingue entre un s. empírico y un s. trascendental. 1. El s. empírico se apoya en el hecho de que el pensamiento y el juicio de un hombre dependen a menudo de su peculiaridad personal (determinada constitución psico-física, la cual está acuñada por la educación y por tomas libres de posición) y de su pertenencia a una determinada raza y sociedad cultural. Esta observación de suyo neutral y justifijada se convierte en s. cuando es interpretada en el sentido de que en principio esos condicionamientos subjetivos no pueden superarse, o en el de que por lo menos no podemos estar seguros de ello. Surgen así las dos formas fundamentales del s. empírico: el -> relativismo y el -> escepticismo, es decir, aquella actitud que se contenta con la mera subjetividad del juicio («para Iní la cosa es así») y aquella que nunca sale de la duda acerca de la objetividad («¿La cosa es así en sí misma?»). Ambas actitudes sólo pueden definirse a sí mismas en cuanto de algún modo miran a la -> verdad en sí; su afirmación, por consiguiente, presupone necesariamente lo contrario a ella y así se anula a sí misma. Pero esta reflexión no asegura todavía la objetividad de cada juicio. Mas con ello, por un lado, aparece como fundamentada la esperanza de conocer la verdad mediante una investigación esmerada, y, por otro lado, se inculca la reserva frente al propio juicio (especialmente cuando hay momentos concretos de sospecha). Ambas visiones suscitan la disposición al diálogo. Pero la finalidad de éste debe ser siempre que se vea en común la cosa misma, aunque, quizás, en una pluralidad insuprimible de maneras de ver. La ley fundamental de que sólo la relación con la cosa puede fundamentar al validez del juicio, y de que esta relación, a pesar de todo condicionamiento y en medio de él, en el fondo permanece intacta (porque el hombre mientras es hombre está en la verdad), juzga también todas las variedades del s. por lo que toca a su contenido: la verdad de un estado de cosas, el valor de una acción, la belleza de una obra de arte, la santidad de un «objeto» religioso..., todo eso son determinaciones que moran en los mencionados objetos mismos, y no sólo cuando, p. ej., en virtud de un gusto arbitrario, son proyectadas en ellos. En consecuencia, estas determinaciones son también «intersubjetivas», es decir, deben ser reconocidas necesariamente por todos los sujetos y (contra una mera interioridad de la acción incomprensible de la libertad o del sentimiento oscilante) hasta cierto grado han de poderse expresar en frases objetivas (como teoría científica, como ética, como canon estético, como dogma religioso). 2. Las condiciones de las que el s. trascendental hace depender la validez del conocimiento no son demostrables con los medios de la investigación empírica, sino que representan las respuestas posibles a la pregunta (que Kant llama «trascendental» [Crítica de la razón pura, B 25]): ¿Qué es lo que en el sujeto posibilita la objetividad de los objetos? Por consiguiente, si el s. empírico considera al sujeto como fuente de la carencia de objetividad, el s. trascendental mira al sujeto como origen de toda objetividad y con ello de verdad. En realidad, cada objeto (en cuanto tal) es resultado de una objetivación: sólo por los modelos y perspectivas proyectados teoréticamente por el sujeto interesado, surge aquello que en cada caso es objeto del conocimiento científico. Pero esta objetivación debe someterse a la exigencia de la cosa que ha de ser representada, y puede también hacerlo (lo cual demuestra la reflexión contra el s. empírico). El conocimiento es verdadero, no en cuanto el objeto es constituido por el sujeto, sino sólo en cuanto la cosa misma se manifiesta. Una subjetividad que no estuviera totalmente al servicio de la objetividad (como un dejar que aparezca la cosa misma), sería subjetivista en mal sentido. 3. La finitud y la grandeza de nuestra subjetividad radica en el hecho de que somos capaces de esbozar previamente para las cosas un espacio libre en el que éstas puedan existir y aparecer como ellas mismas. Pero la forma consumada y la más alta posibilidad de esta actividad liberadora delsujeto no es la objetivación del ente, sino el activo dejar que el otro sea en el espacio de la propia vida, lo cual en el ámbito personal se llama amor. Mas precisamente aquí el sujeto experimenta que su subjetividad no es puro poder propio, sino que en cada caso debe ser liberado para tal poder, pues sólo por la experiencia de ser aceptado se hace capaz de aceptar a otros como distintos de él. Ahora bien, puesto que este reconocimiento es una acción recíproca y, en consecuencia, no puede fundamentarse a sí mismo, el poder de la subjetividad se presenta como un don. Un pensamiento que no reconociera su carácter de don, sería subjetivista en un tercer sentido, en un sentido metafísico.

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