lunes, 16 de enero de 2012

historia y geografia desarrollo, liberalismo, y mercado

Desarrollo, Liberalismo y Mercado
Efectivamente, el estudio del desarrollo ha avanzado mucho en las últimas dos décadas. Hoy en día se incluyen conceptos como la calidad ambiental, los derechos humanos, la incorporación de la mujer, los fallos del mercado, etc, que han cambiado para siempre el concepto de desarrollo limitado al mero ámbito económico. La teoría del desarrollo es ahora un campo multidisciplinario donde convergen la sociología, la ciencia política, la geografía, la historia, la psicología, la economía e incluso hasta la teología.
Creo que definitivamente quedan muy pocas personas que piensen que es justo que siga conviviendo la infinita riqueza con la más miserable pobreza. A pesar de que en algunas circunstancias nos podemos ver forzados a pensar que el logro material de una persona obedece a su exclusivo esfuerzo y que gran parte de la miseria de nuestros pueblos reside en la desidia de los pobres, creo que estos argumentos se caen por su propio peso cuando analizamos la rampante desigualdad de oportunidades que impera en las naciones más atrasadas del planeta. Ese creciente dualismo social y económico podría ser la mecha de las más encontradas luchas de este siglo XXI, pero también podría ser acicate para una reflexión profunda sobre las nuevas sociedades que pretendemos construir.
Entiendo que el desarrollo es un problema multidimensional (especialmente con relación a la variable cultural del desarrollo), pero todavía sigo creyendo firmemente en el sistema liberal como la mejor arma contra el atraso de nuestros pueblos y en la profundización del sistema democrático. Claro está, que debo reconocer que en ciertas circunstancias es inaplicable el liberalismo en nuestras naciones. Es necesario resaltar que las bondades del sistema liberal están profundamente relacionadas con la dicotomía "libertad - igualdad". A pesar de que la Revolución Francesa adoptó estos ideales como principios básicos en la declaración de los derechos del hombre, la aplicación de éstos en su concepción ortodoxa provoca una fuerte contradicción. Y es que los hombres no han sido creados iguales, es decir, podrán nacer con la misma constitución física y se podrá pregonar la igualdad ante la ley, pero si estos mismos hombres tienen la libertar de disponer de sus talentos como mejor lo crean conveniente, entonces a la vuelta de unos años podríamos tener por un lado a un Premio Novel en química y por el otro a un obrero de una línea de producción industrial (sin que esto implique alguna connotación peyorativa del trabajo del obrero). Ahora bien, más que un problema económico, tenemos un problema ético. ¿Deben estos dos hombres ser pagados iguales? ¿Deben contar con las mismas comodidades materiales? Y si la sociedad les retribuye igual, ¿cómo incentivamos el talento y premiamos el esfuerzo? Eso jamás lo va a resolver la economía por mucho que busquemos entre modelos y teoremas. Debo señalar que hasta ahora no he mencionado nada en relación a sí estos dos hombres tuvieron o no igualdad de oportunidades. Pero supongamos por un momento que el Estado garantizó a ambos hombres las mismas oportunidades educativas, logró utópicamente dotarlos de familias igual de cariñosas y cuidadosas, les ofreció la misma atención médica y los alimentó de forma similar. El dilema se sigue manteniendo, porque nada garantiza que alguno de los dos no tenga una capacidad mental inferior o simplemente siendo aventajado no decida convertirse en un vividor (o vago) del sistema de igualdad de oportunidades.
A mi no me cabe duda que a todo individuo debe garantizársele la libertad plena de desarrollar sus talentos y capacidades. Por otra parte, podríamos disminuir la desigualdad artificial creada por el mismo hombre si el Estado garantiza un mínimo de condiciones para que todos desarrollemos nuestros potenciales independientemente de nuestro nivel de ingresos, condición social, racial, de género e incluso de aptitud física (personas con minusvalías físicas).
El mercado todavía puede desempeñar un papel importante en los procesos de desarrollo de nuestras naciones si lo combinamos con una acción gubernamental eficaz, transparente y oportuna. He visto en Venezuela como el Estado ha fallado tantas veces en llevar adelante reformas económicas, gerenciar eficientemente la mayoría de las empresas públicas y garantizar el cumplimiento de las leyes que es natural que en este país todos los ciudadanos se pregunten si la acción del gobierno es más eficaz que el mercado. Nadie puede tampoco asegurar que el mercado a su libre albedrío es garantía del desarrollo, como ejemplos tenemos el caso de Enron y más recientemente el de Worldcom. Pero estamos demasiado cansados de la burocracia y la corrupción pública que ya no creemos en la intervención gubernamental por sí sola. Podríamos pensar que un Estado regulador eficiente y moderno junto con un mayor uso de las instituciones de mercado pueden traer mayor bienestar que la mera intervención pública en todas las facetas económicas o la liberalización radical de todos los mercados. La literatura económica en relación a los fallos de mercado y la regulación pública están sumamente avanzada para pensar que ambos extremos por si sólo pueden generar progreso.
¿Dónde está el enemigo?
Nuestro principal obstáculo en el largo camino del desarrollo nacional es de carácter cultural. Nos hemos convertido en enemigos de nuestro propio desarrollo y progreso. La mentalidad del venezolano está muy lejos de llevar en alto los valores de responsabilidad, ética, seriedad, preocupación y trabajo.
Venezuela, a pesar de contar con un extraordinario potencial, tiene un 80% de sus habitantes en situación de pobreza. No han sido suficientes todos los recursos obtenidos del petróleo para construir una nación próspera, donde la mayoría de sus ciudadanos alcance un nivel de vida adecuado y nadie tenga negado el acceso a la salud, la educación y la justicia.
Sin embargo, nosotros mismos hemos sido culpables de que nuestra nación se esté cayendo a pedazos en este momento. Por un lado, una gran parte de nuestros líderes políticos (incluyendo los de la mal llamada V República) han sido incompetentes para conducir al pueblo hacia un futuro mejor. Han perdido la oportunidad histórica de convertir a Venezuela en una potencia regional. También debe recordarse que esos políticos provienen del mismo medio que el resto de los venezolanos, y los hemos llevado con nuestros votos hasta donde están gracias a un sistema democrático que parece ser una de las pocas cosas buenas que nos quedan todavía.
Hemos caído en un círculo vicioso del cual necesitamos salir lo más pronto posible para iniciar la reconstrucción de la República. La ignorancia crasa en la que está inmersa una gran cantidad de venezolanos es un medio propicio para que los politiqueros con ansias de poder se hagan de las suyas y sigan manteniendo a "Juan Bimba" en la misma situación. Las esperanzas están cifradas en los nuevos líderes políticos, tanto a nivel nacional como regional, que tienen en sus manos la tarea de restaurar la confianza de la población en la democracia y sus instituciones.
Muchas veces se han señalado a los partidos políticos como los causantes de todas las descomposiciones de nuestra sociedad. No obstante, los partidos políticos son una parte fundamental de toda democracia representativa, ya que son los medios que permiten canalizar las inquietudes y las necesidades de las masas. Por otra parte, los partidos políticos están presentes en todas las democracias desarrolladas que han tenido éxito en los ámbitos económico, social y político. De ahí parte una reflexión necesaria: el problema fundamental no reside en los partidos per se, sino en la concepción que tenemos de ellos. Hemos convertido a las organizaciones políticas en grandes máquinas de favores personales y familiares, que van desde un puesto en un ministerio hasta el otorgamiento de contratos públicos en dudosas condiciones.
Para resolver nuestra crisis es necesario iniciar un arduo proceso de depuración de la administración pública, lo cual no se limita a una drástica reducción de la burocracia oficial. Deben tomarse medidas más profundas como el cambio de mentalidad del venezolano a través de una colosal campaña de imagen y una mejora substancial de nuestra educación ciudadana, capaz de erradicar en el mayor porcentaje de compatriotas el lastre de su subdesarrollo mental.
La función primordial de un buen gobierno es suministrar el mayor bienestar posible al mayor número de ciudadanos. Pero muchos políticos han desdeñado este concepto básico de ciencia política y han convertido las instancias de poder nacional, regional y municipal en feudos personales donde priva obtener el mayor lucro personal posible. Se ha perdido la mística de servicio a la comunidad y los funcionarios públicos han olvidado que sus cargos se deben a la ciudadanía.
Entonces, ¿dónde está el principal enemigo de nuestro desarrollo económico, social y político? Pues, simplemente, lo llevamos todos por dentro.
¿Dónde Estamos?
En esta entrega quisiera analizar algunos indicadores internacionales que nos permiten comparar el desempeño económico de Venezuela con otros países. La mayoría de estos indicadores ubican a nuestra nación en una situación muy precaria dentro del escenario internacional, incluso dentro del contexto latinoamericano. Sin embargo, la intención de este análisis no es contribuir más al pesimismo y a la incertidumbre reinante, sino señalar el camino y las áreas susceptibles de mejora.
El primer indicador es el Índice de Desarrollo Humano (IDH) publicado anualmente por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Este indicador es una media ponderada de la esperanza de vida, alfabetismo y PIB per cápita ajustado por el coste de vida en cada país. Para el año 1999, entre 162 países ordenados de mayor a menor desarrollo humano, Venezuela ocupó el puesto 61. El PNUD clasifica los 162 países en tres grandes grupos: a) países de alto desarrollo humano; b) países de desarrollo humano medio; y c) países de bajo desarrollo humano. Venezuela es considerado un país de desarrollo humano medio. Al observar otras naciones latinoamericanas, tenemos que seis países están mejor ubicados que Venezuela (Argentina, Uruguay, Chile, Costa Rica -estos cuatro calificados como de alto desarrollo humano-, México y Panamá). El caso más resaltante es el de Costa Rica, un pequeño país centroamericano que ha mejorado sensiblemente el bienestar de sus ciudadanos y ha crecido consistentemente en la última década. Por otra parte, la tendencia en el mejoramiento del IDH de Colombia (puesto 62) pronostica que este país pronto aventajará a Venezuela.
Examinemos ahora el Reporte 2001-2002 para Latinoamérica del Foro Económico Mundial con sede en Suiza. En una muestra de 75 países de todo el globo ordenados de mayor a menor competitividad económica, Venezuela se coloca en el puesto 61, detrás de Chile, Costa Rica, México, República Dominicana, Brasil, Panamá, Argentina, El Salvador y Perú. Superando sólo a Colombia, Guatemala, Bolivia, Ecuador, Honduras, Paraguay y Nicaragua.
Este mismo reporte tiene una interesante sección sobre el crecimiento económico en la década 1990-1999 de cada país analizado. Para 1999, el tamaño de la economía venezolana era de US$ 102.222 millones y el de la colombiana US$ 86.605 millones, lo cual se traduce en una brecha de US$ 15.617 millones. Sin embargo, en ese lapso de 10 años, la economía colombiana creció US$ 19.797 millones (29,63%) y la venezolana sólo US$ 10.855 (11,88%). De continuar estos ritmos de crecimientos en ambos países, dentro de 10 años, la economía venezolana será sólo US$ 2.099 millones mayor que la de su vecino.
Por último, quisiera presentar el Índice 2001 de Percepción de la Corrupción realizado por Transparencia Internacional. De 91 países ordenados de menos corruptos a más corruptos, Venezuela comparte el puesto 69 con Rumania. Sólo cuatro países latinoamericanos se perciben como más corruptos que Venezuela: Honduras, Nicaragua, Ecuador y Bolivia. Colombia ocupa el puesto 50 y Costa Rica el 40.
Ante estos indicadores, Venezuela debe afrontar el inmenso reto de recuperar la senda del progreso, del desarrollo y del mayor bienestar para sus ciudadanos. Es el momento de hacer un cuidadoso examen de nuestra situación y comenzar a construir el proyecto del país que queremos.
El subdesarrollo económico venezolano
Nuestra condición de país subdesarrollado nos debe motivar a reflexionar profundamente acerca de las posibilidades de esta decepcionante situación de atraso. Venezuela es un país inmensamente rico; posee una plétora de recursos naturales: petróleo, gas, hierro, bauxita, oro, diamante, tierras fértiles, potencial forestal y una ubicación geográfica envidiable. Pero también es un país mayoritariamente pobre: el 80% de la población vive en situación de pobreza y el ingreso per capita anual es de apenas 2500 dólares, cuando en 1977 era de aproximadamente 7445.
Las causas del subdesarrollo son múltiples, pero es oportuno mencionar las condiciones culturales y climatológicas que, a pesar de no determinar el desarrollo de un país, pueden condicionarlo en gran medida. Nuestra herencia cultural recibida con la conquista española difiere enormemente de aquella recibida por los Estados Unidos y Canadá a través de la colonización anglosajona. La ética protestante influyó enormemente en la conformación económica y social de los países de América del Norte. Al respecto, el sociólogo Max Weber escribió un libro titulado "la ética protestante y el espíritu del capitalismo", donde señala que el desarrollo económico de Inglaterra, Alemania y Estados Unidos durante la Revolución Industrial recibió una notable impronta del pensamiento religioso calvinista y luterano.
Sin embargo, estas condiciones culturales y climatológicas que limitan nuestro desarrollo pueden ser soslayada, ya que son factores modificables y dependen en buena medida de la capacidad del hombre para cambiar su entorno. Países en peores condiciones que el nuestro han salido adelante luchando contra grandes adversidades, como Alemania y Japón después de la Segunda Guerra Mundial o Corea del Sur tras la Guerra de Corea que partió a la nación en dos. La condición de subdesarrollo que aún prevalece en los países latinoamericanos no se debe tanto a distorsiones inducidas por la política económica o la falta de recursos, sino más bien son de origen histórico y de índole endógena y estructural.
Debemos considerar que existe un camino mejor y que no debemos quedarnos de brazos cruzados esperando que la inercia económica y social desarrolle al país. El desarrollo se planifica y se hace pensando en metas de corto, mediano y largo plazo que comparta la mayoría de la población. Cualquier plan tiende a fracasar, por muy bueno que sea, sí no existe consenso alrededor de éste. La población debe estar informada y sentirse comprometida con un proyecto común de país, aspecto en el cual han fallado nuestros líderes y dirigentes políticos.
La insatisfacción con la situación actual no debe convertirse en un aliciente de la frustración, el desorden y la inestabilidad política. Por el contrario, debe ser un reto a trabajar duro, a respetar y hacer cumplir el orden jurídico, a ser más solidarios y a participar activamente en el proceso de cambio que la nación reclama.
Los esfuerzos de inversión y de industrialización no logran los efectos planeados cuando predominan en ciertos sectores de la economía (v.g. el sector agrícola) estructuras que entorpecen el avance tecnológico, el incremento de la productividad, el empleo eficiente de los recursos y cuando el sistema educativo no está orientado hacia la formación de mano de obra de alta calidad. No podemos aspirar a ingresar al exclusivo club de los países desarrollados con un sistema judicial y carcelario como el que tenemos en la actualidad, donde las leyes y los lentos procesos favorecen la corrupción y la falta de seguridad jurídica. Por otra parte, si queremos integrar una sociedad más justa debemos proveer a la población con un sistema de salud y de seguridad social adecuado que garantice condiciones mínimas de vida.
El desafío que se nos presenta es el de superar la crisis y reencontrar el camino del desarrollo en un contexto democrático, pluralista y participativo. La variable política del desarrollo es de gran importancia como indicador del grado de evolución de una sociedad y nuestra participación en la concreción de una nueva Venezuela es una responsabilidad que la patria nos está reclamando urgentemente.
Entre la Igualdad y la Libertad
Mucho se ha discutido sobre la igualdad y la libertad como derechos fundamentales en las sociedades democráticas. Pero, ¿de qué igualdad estamos hablando? ¿Absoluta? ¿Ante la Ley y el Poder Público? ¿De oportunidades? Nuestra Constitución señala en su Artículo 2 que "Venezuela se constituye como un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación, la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y, en general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político".
Desde la perspectiva de la economía, la libertad se refiere a la posibilidad que tienen los agentes de tomar sus decisiones para maximizar su utilidad dadas las restricciones que enfrentan. En adición, es necesario determinar qué tipo de igualdad debe prevalecer en nuestra sociedad y si éste es compatible con el concepto de libertad.
Insistir en la libertad absoluta puede generar desigualdad, ya que los individuos no tienen la misma dotación de capacidad intelectual ni se desarrollan sometidos al mismo entorno socioeconómico; especialmente en Venezuela, donde los pobres están excluidos de los servicios fundamentales. Estas diferencias han conducido a importantes disparidades en la distribución del ingreso en nuestro país.
La acción del Estado Venezolano debe basarse en una noción de libertad condicionada por la igualdad de recursos iniciales, es decir, garantizando la igualdad de oportunidades. Los ciudadanos deben tener la facultad de tomar sus propias decisiones, porque son quienes mejor pueden defender sus intereses y generalmente tienen la mejor información para hacerlo. Esto no significa que debamos minimizar por completo el rol del Estado. Ciertamente, éste debe intervenir cuando se presentan problemas de acción colectiva, es decir, cuando la suma de las decisiones individuales no conduce necesariamente a la mejor decisión social.
Sin embargo, el Estado tiene otro papel importante en una sociedad libre y democrática, y no es otro que permitir que todos los ciudadanos, independientemente de su nivel de ingreso, condición social, racial o física, cuenten con un nivel mínimo de provisión de servicios públicos y privados. En primer lugar, debe garantizarse el acceso a la educación, salud y justicia. Igualmente, todo ciudadano debería disponer de una renta mínima vital que le provea de una adecuada alimentación, techo y vestido, por ser necesidades humanas fundamentales.
No objeto que el sistema capitalista nos incentive a competir para lograr niveles superiores de bienestar, pero no es ético que lo hagamos en desigualdad de condiciones. Todos debemos tener acceso a un nivel básico de recursos que nos permita competir de acuerdo a nuestras capacidades. Cuando construyamos un país que no discrimine por niveles de ingreso o condición social sino que incentive el desarrollo humano y el talento, tendremos una sociedad más justa y más próspera

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